sábado

Filosofía del decrecimiento

Buenos días.
Gracias por su invitación y darme la oportunidad de compartir con ustedes estas Jornadas. Nos enriquecemos con el contacto y, sobre todo, nos animamos mutuamente y quizá también derribamos muros de incomunicación. Espero que, aunque con mi inevitable acento catalán, sepa transmitir mi deseo de cercanía, de comunión, porque los aquí presentes nos unen los mismos objetivos.

No es muy frecuente tener la oportunidad de exponer sin prisas, que haya un trabajo de grupo posterior y un coloquio final. Espero, por lo tanto, tener tiempo para matizar las cuestiones que expondré y que las preguntas que realizarán por la tarde permitan concretar los aspectos que ustedes consideren oportuno y, sobre todo, dialogar entre todos. Sé que quedarán muchas dudas porque prefiero que ustedes salgan de aquí con dudas que con muchas seguridades.

El debate sobre el decrecimiento ha entrado en la universidad, está en las conversaciones de la calle, en los medios de comunicación y diversos grupos organizados cuidan de su difusión. Ha dejado de ser novedad. No obstante tenemos el riesgo de limitarnos a saber lo que hay detrás del concepto y quedarnos sin capacidad para interpretar lo que es preciso hacer, hacia dónde orientar nuestros esfuerzos. Tal como decimos a menudo: “El infierno está lleno de buenas intenciones”. Lo meritorio es saber organizarse para conseguir cambiar de manera substancial nuestra sociedad. Todos sabemos que “otros mundos son posibles”, pero a menudo actuamos como si esto fuera una simple opción para mejorar nuestra vida y no una urgencia para subsistir como especie y no dañar a otras especies.

Estamos experimentando como mínimo tres novedades respeto a las generaciones que nos han precedido:

1.El desfase entre la técnica y la ética
2.La globalización al servicio de los poderosos
3.El despilfarro de los bienes de la Tierra

Aunque brevemente, serán los tres puntos de que voy a hablar.

Estas tres novedades hacen la actual crisis singular. No podemos limitarla a una crisis económica coyuntural, como una de las muchas que periódicamente aparecen formando ciclos. Esta crisis es sistémica, pero es más que una crisis del sistema capitalista. La singularidad del momento es que nada ya podrá ser como antes. La Tierra ha dicho “basta”. No puede dar más de sí. En realidad, vivimos una crisis coral: económica, social, de valores, ecológica, política, religiosa…Todo se tambalea. Es la civilización hegemónica la que está en crisis.

Al final otro:

4. La feliz confluencia de valores alternativos a los actuales dominantes.

1.Desfase entre la técnica y la ética
La persona humana tiene capacidad, y la tendrá aún más, para decidir incluso su propia evolución, ya que la manipulación genética puede llegar a la creación de una nueva especie. Abierto el proceso, la creación de nuevas especies por parte de las creadas por seres inteligentes diferentes de los humanos no tiene fin. Hay quien opina que la utolimitación
es el principal reto de este siglo XXI.

La especie humana tiene una ilimitada sed de infinito. Necesitamos los mitos y las creencias: buscamos arquetipos (a menudo lejanos y que no nos molesten, sea dicho de paso) para proyectar sobre ellos el ideal que nosotros no conseguimos satisfacer. Los ángeles son seres que encontramos en todas las religiones porque los humanos, sin diferencias culturales, los creamos como imágenes de lo que deseamos ser y no somos. Un reciente estudio de Juan Arias clarifica este punto (La seducción de los ángeles, Espasa, 2009). Incluso hay un deseo de llegar a ser dioses. Eudald Carbonell y Robert Sala (Aún no somos humanos, Peninsula, 2002), van más allá al afirmar: “La posibilidad de convertirse en dioses ya es una realidad” (p. 13). ¡Es la gran tentación! La Biblia, que al margen de creencias es un libro sabio, narra en el Génesis la astucia de la serpiente ante la duda de Eva de comer o no el fruto prohibido: “No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal” (Gén. 3, 4-5). Por una parte les promete la inmortalidad y por otra, llegar a ser dioses, dos puntos que no nos han dejado desde el mismo amanecer de la humanidad.

Saberse limitado es una demostración de sabiduría. Estamos condenados, felizmente condenados, a ser animales de frontera entre el ángel y la fiera. Algunas veces nos comportamos como fieras feroces: Auschwitz, Hiroshima y Chernóbil, y otras vergüenzas del siglo pasado, demuestran que el deslumbramiento por la técnica nos lleva a chernóbiles, que la ciencia por la ciencia puede provocar nuevos hiroshimas y que jugar a ser dioses conduce a otros auschwitz. Ciertamente, podemos mejorar como especie. Daremos un gran salto hacia delante el día en que gocemos de sistemas socieconómicos y organizaciones políticas justas. Nos ayudarán a sacar lo más sublime de nuestro interior. Los valores que hoy se respiran en el ambiente social, por el contrario, promueven la codicia y despiertan las fieras adormecidas en los rincones más oscuros de nuestro interior. Seremos plenamente humanos cuando la actitud moral de la persona esté suficientemente desarrollada como para abandonar la idea de ser un aprendiz de brujo. Es aconsejable establecer una moratoria en el desarrollo de ciertas experiencias técnicas y científicas, como mínimo hasta que la ética esté en el mismo grado de desarrollo que las técnicas más sofisticadas.

Las nuevas tecnologías, tan positivas cuando se hace un buen uso de ellas, favorecen el individualismo cuando se cae en la desmesura. En Occidente crece el malestar y el vacío interior: la vida no tiene sentido. Los rostros quedan marcados por la tristeza y el desengaño. Algunos, incapaces de dar respuesta positiva a su estado de inquietud permanente, caen en la trampa de las drogas, del ocultismo, de los juegos de azar, de las modas orientales en su versión más adulterada o forman parte de los grupos más reaccionarios dentro de las religiones tradicionales.

2.La globalización al servicio de los poderosos
Somos los primeros en estar comunicados con todo el mundo, un mundo que se ha hecho pequeño. Nada nos resulta extraño y, por lo tanto, nada nos puede ser indiferente.

La globalización ha quedado reducida a la economía y éste es su gran fracaso. En la década de los ochenta coincidieron dos políticos, Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en los EEUU, dispuestos a dar alas a un liberalismo extremo, que atrajo a otros países occidentales. Con la caída del muro de Berlín, en 1989, esta tendencia se acentuó: desnacionalizaciones, divisiones internacionales de los procesos productivos, fusiones de empresas que dieron paso a multinacionales gigantes con facturaciones anuales superiores al Producto Interior Bruto de algunos países, disminución de los controles estatales y eliminación de barreras aduaneras. La competencia pasó a ser el único regulador y las personas quedaron convertidas en recursos humanos o clientes. Fueron años de desmesura y entronización del dinero como medida de todas las cosas. Hasta que llegó la crisis.

El resultado de este proceso es que cada una de las cien empresas globales ás importantes vende más de lo que exporta cualquiera de los ciento veinte países más pobres. Ninguno de sus dirigentes fue elegido mediante votación de la ciudadanía; en cambio, tienen más poder que los políticos elegidos en las urnas. Buscan el beneficio en lugar de la igualdad, la libertad o el bien público. Quince personas suman una renta superior a la de todos los habitantes del África subsahariana. No se habla en serio de distribuir la riqueza. Los Objetivos del Milenio, aprobados por las Naciones Unidas en el año 2000 para reducir la pobreza mundial a la mitad en el año 2015, están lejos de seguir el ritmo establecido.

El transporte moderno anima a muchos, especialmente a los más jóvenes, a dejar sus tierras de origen para probar fortuna en aquellos lugares de los que las pantallas mágicas de los televisores ofrecen imágenes idílicas, como una nueva Jauja. El fenómeno migratorio de las dos últimas décadas ha marcado tanto el destino de los países con fuerte emigración como el de los receptores. Los primeros quedan sin su mejor potencial humano para el futuro y, en las zonas de llegada, los autóctonos viven con temor la pérdida de las costumbres tradicionales. El cambio brusco del paisaje humano y las constantes modificaciones vecinales han sustituido la estabilidad familiar en pueblos y barrios durante generaciones. No todo es racismo. Hay comportamientos propios de quien vive una situación de duelo por la pérdida de referentes que formaban parte de lo más profundo de su propio ser. La inmigración masiva en los aparentes años de bonanza económica ha sido propiciada por aquellos que necesitaban mano de obra barata y poco reivindicativa.

Después de las crisis anteriores, incluso de las crisis sistémicas, nacían nuevas posibilidades para un crecimiento económico con nueva fuerza. Nada hace pensar que el futuro siga la tendencia histórica, simplemente porque el planeta no da para más. Puede que haya intentos de seguir igual, una vez superada la fase más cruenta de la crisis, pero la siguiente crisis económica está cada vez más próxima, con el agravante de que, si a las diferentes administraciones les falta estrategia a medio plazo, el coste será superior y quedarán más comprometidas las generaciones futuras para encontrar soluciones. Éste es el punto que hace que la actual crisis sea inédita. Es el principio del fin del capitalismo.

El consumo es compulsivo y está animado por una publicidad diabólica, que repercute aún más negativamente sobre las capas de población desarmadas ante tanta presión, sin capacidad crítica ni preparación para actuar con personalidad y libertad. Hay que hacer frente a hipotecas que duran toda la vida laboral (no hay nada que haga a la gente más conservadora que estar atada con semejantes obligaciones).

Los errores que nos han llevado a la crisis actual son muchos. Para reanimar a esta economía que ha arruinado a tantos inocentes se les ha inyectado a los bancos diversos miles de billones de dólares. Muchos más que los 400 mil millones de dólares que anualmente los países del Sur pagan a los del Norte, en concepto de intereses de deuda externa acumulada a lo largo de treinta años y que tanto cuesta condonar. La ayuda al desarrollo es de 50 mil millones de dólares, una octava parte de lo que el Sur paga al Norte para liquidar su deuda. El Norte dedica las migajas que caen de su mesa al Sur y, a la vez, se dedica a expoliar todo lo que puede, sin compasión. Obligamos a los países al monocultivo, que es la causa de su ruina al destruir un sistema de autoconsumo que era necesario para sus necesidades básicas, etc. Los intereses para obtener materias primas, para dominar a pueblos geopolíticamente estratégicos y las tensiones generadas entre culturas han hecho estallar guerras entre nacionalismos. Los fundamentalismos se han desarrollado de manera evidente en los años de la era Bush.

3.El despilfarro de los bienes de la Tierra
La situación inédita de la biosfera: un déficit creciente de los ecosistemas debido a la demanda de bienes y la producción de residuos por parte de la humanidad. A partir de la mitad de los años ochenta del siglo pasado gastamos más de lo que la Tierra produce.

GRÁFICOS (comentario)

Lo que une a las diversas sensibilidades de los “objetores del crecimiento” es la voluntad de ir modificando el actual sistema hasta fortalecer una alternativa al capitalismo. Por ejemplo, considerar la importancia de la producción, pues sin cambiarla no lograremos reducir el consumo con éxito. Disminuir el trabajo significa repartirlo para no consolidar la sociedad dual a la que parece que estamos abocados. No es nada atractivo que un 50% de la población activa esté trabajando de manera estable y el otro 50% esté en el paro o en trabajos precarios toda la vida. Trabajar menos permite repartir y asegurar empleos para todos y todas. Trabajar menos para vivir más intensamente los valores familiares, creativos, lúdicos y espirituales, requiere una preparación y un período de transición sin brusquedades.

Otra medida que mantiene la filosofía decrecentista es la de promocionar el transporte público, especialmente el ferrocarril. Esta opción supone prescindir considerablemente de los transportes en vehículos privados con el consiguiente ahorro de gasto energético, poner fin a la incesante construcción de nuevas vías de circulación y contribuir a frenar el CO2. Reducir el transporte de mercancías a lo estrictamente necesario favorecerá la relocalización. Poner punto final a las megacadenas y a las multinacionales, acabando con el absurdo de que el 13% de los productos transportados por vía aérea esté relacionado con la alimentación. Son medidas viables: la dificultad no es técnica, sino más bien debida a los grandes intereses que hay en juego.

Necesitamos programas políticos que favorezcan a las pequeñas explotaciones agrarias para acercar nuevamente los productos al consumidor. Así se garantiza la calidad, con productos frescos y más económicos, al prescindir de los gastos de autopistas, aeropuertos, almacenes, redes diversas de comunicación y las consecuencias energéticas y medioambientales. Son gastos que no pagamos directamente cuando compramos los productos lejanos, pero que sí los sufragamos indirectamente con los impuestos. Recaen sobre todo tipo de bolsillos, de manera indiscriminada, mientras los beneficios se reparten entre los pocos titulares de las multinacionales agrarias y de los grandes consejos de administración. Es una verdadera desmesura que algunas multinacionales facturen más que el Producto Interior Bruto de países enteros. Que estas empresas sean más potentes que los gobiernos ya nos da alguna pista del porqué de algunas situaciones incomprensibles a las que hemos llegado.

Una vía por explorar, con posibilidades de futuro, es la de las formas de producción cooperativistas. A menudo, las personas que han optado por esta meritoria manera de organizar el trabajo no han recibido las ayudas ni la formación requeridas para consolidar este tipo de empresas. En todo caso, las pequeñas y medianas empresas con más participación de los trabajadores, parece que pueden ser más compatibles con la Vida Buena deseada para todos que con los anónimos monstruos de producción a escala mundial.

Otra parcela de la economía que requiere un buen golpe de timón es el de la energía. Los seres vivos que pueblan el planeta se sirven de energía solar: todos, excepto los humanos, que usamos y abusamos de energías fósiles. Si pensamos que entre el año 1960 y el 2000 hemos consumido la misma energía que en el resto de la historia de la humanidad, sobran palabras para descubrir hacia dónde vamos. Tenemos oportunidad de aprender mucho de la naturaleza. El perfecto equilibrio entre los ecosistemas nos brinda pautas de comportamiento razonables. La biomímesis es la ciencia que desarrolla aportaciones novedosas después de tener en cuenta el funcionamiento de los organismos y también de los ecosistemas. Se está evolucionando mucho en esta línea de investigación que puede ofrecernos muchas buenas soluciones a no tardar.

Sirvan como ejemplos: el inventor suizo George de Mestral, excursionista, le molestaban las semillas que se adhieren a los pantalones. Las examino y vio que tenían unos minúsculos ganchos que eran los que se adherían al tejido. Después de algunos años de observación, inventó la cinta velcro. Otra observación a partir de la pregunta: ¿cómo limpia superficies la naturaleza? Un profesor de la Universidad de Bonn se puso a examinar superficies de hojas de plantas, en búsqueda de ideas. Descubrió así superficies naturales estructuradas de tal forma que tienen propiedades auto-limpiantes, y ello condujo a desarrollar un nuevo tipo de fachada para edificios, inspirada en las características de la hoja del loto, con análogas propiedades de autolimpieza. Pero de lo que se trata es no sólo de imitar los organismos sino el funcionamiento de los ecosistemas. Así podemos incidir sobre el metabolismo urbano, industrial, agrario, etc.

Que la economía de mercado pase a mejor vida no significa que desaparezca el mercado. Siempre ha existido mercado, el intercambio de productos. Lo que no es razonable es que todo, absolutamente todo, quede mercantilizado. El mercado tiene la función del intercambio; pero cuando la sociedad “con” mercado se convierte en sociedad “de” mercado, es cuando nace la especulación. El mercado se convierte entonces en fuente de enriquecimiento rápido, a costa de avivar la sed de consumo de las capas de población más vulnerables. Las campañas publicitarias diseñadas con sofisticadas técnicas de manipulación hacen verdaderos estragos.

4. La feliz confluencia de valores alternativos a los actualmente dominantes

Sólo con una movilización general y entusiasta conseguiremos la llegada a puestos de responsabilidad política de mujeres y hombres dispuestos a ofrecer lo mejor de sí mismos por las causas pendientes de los pueblos, poniéndose al lado de los que sufren y caminando junto a los más débiles y olvidados. Es imprescindible que los políticos y los pueblos marchen unidos para poner fin a la perpetuación del poder en manos de canallas, que se sirven de la política para sus fines privados, utilizando medios fraudulentos y métodos subrepticios.

A pesar de todos los bienes materiales a su alcance, en Occidente la gente está deprimida y triste. El teólogo José I. González Faus lo plantea muy bien: “Cuando estoy de humor, resumo mi vida en esta frase: hubiese querido dedicarme a liberar a los oprimidos, y el Señor me ha limitado a consolar a los deprimidos. Con la seguridad de que la depresión, como la gran enfermedad cultural de nuestro Primer Mundo, que va tomando dimensiones literalmente epidémicas, tiene mucho que ver con la opresión como pecado estructural del mundo rico”. La filosofía del decrecimiento desmitifica el mercado como proveedor de felicidad, y desenmascara la inutilidad del Producto Interior Bruto como índice fiable para medir el grado de satisfacción de un determinado colectivo humano.

En realidad, nada nuevo bajo el sol porque estos sencillos y elementales principios son los que desde antiguo vienen repitiendo los sabios. Tenemos un motivo de confianza si sabemos dar fuerza a cuatro fuerzas diferentes, con rasgos comunes: 1º, las enseñanzas de los sabios. 2º, la tradición de los pueblos originarios, indígenas y tribales. 3º, las religiones. 4º, los objetores del crecimiento occidental.

1º, hay testimonios de sabiduría en esta línea de ir ligero de equipaje: Confucio lo comunicaba diciendo: “Sólo puede ser siempre feliz aquel que sepa ser feliz con todo”; Horacio, por su parte, lo resumía así: “Se vive bien con poco” y Lucio Apuleyo: “Para vivir, como para nadar, cuanto más descargado mejor”.

2º, los pueblos originarios después de 500 años de resistencia, han conseguido conservar sus valores. La Vida Buena o Buen Vivir de los Quechua que hablan de “Allin Kawsay”; los Aymara de “Suma Tamaña”; los Awajun de “Nugkui” o “Biruk”; los Guaraní de “Ñandereko”; los pueblos amazónicos de “Volver a la Maloca” y de tantos otros pueblos.

3º, el pluralismo religioso nos demuestra que hay terrenos comunes. Por ejemplo, en todas las religiones encontramos la exhortación a tratar a los demás como a nosotros mismos, es la regla de oro. Otro de los puntos en el que hay similitudes, es el de esta necesidad de sencillez para alcanzar la apertura interior y descubrir momentos de trascendencia. Sin ánimo de exhaustividad, valgan estos ejemplos: en el hinduismo, en el Bhagavad Gita 3,19, se lee: “La persona que se mantiene igual en la censura que en la alabanza, silenciosa, satisfecha de todo, sin hogar, llena de firme resolución, es querida por Mí”.

La tradición budista tiene un pequeño cuento interesante: “Ryokan, un maestro Zen, llevaba un estilo de vida muy sencillo en una pequeña cabaña al pie de una montaña. Una tarde, un ladrón entró en la cabaña y descubrió que allí no había nada para robar. En aquel momento llegó Ryokan de pasear y lo sorprendió. ‘No es posible que hayas caminado tanto para visitarme y que marches con las manos vacías. Hazme un favor, toma mi ropa como un regalo’. El ladrón quedó perplejo, pero tomó la ropa y se fue corriendo. Ryokan se sentó desnudo, y contempló la luna. ‘Pobre hombre, murmuró. Ojalá pudiera darle esta maravillosa luna”.

De la tradición judía también es ejemplar este otro cuento: “En un albergue, un desconocido de aspecto arrogante, tomó por un mendigo al venerable Rabino Zúsia, y lo trató con menosprecio. Más tarde, se enteró de su identidad y fue corriendo a buscarle para excusarse. ‘¡Perdóname, Rabino! Si no, nunca más volveré a dormir tranquilo, ni podré descansar’. Entonces el Rabino Zúsia sonrió moviendo la cabeza: ‘¿Por qué me pides perdón a mí? No es a Zúsia a quien has ofendido, sino a un pobre mendigo. Ve, pues, por todos los lugares, y pide perdón a todos los mendigos que encuentres”.

El Islam tiene pensamientos en la misma línea, como este de Farid Ud-Din Attar: “Dios quiera que estés actualmente como estabas antes de existir individualmente: ¡en la nada de la existencia! Purifícate por completo de las malas cualidades; estate dispuesto como la tierra, como el viento en la mano.”

Una cita del siglo XX particularmente bella del patriarca de Constantinopla, Atenágoras, jefe de la iglesia ortodoxa: “Lo que es bueno, verdadero, real, para mí siempre es lo mejor. Es por esta razón por la que ya no tengo miedo. Cuando no se tiene nada, ya no se tiene miedo. Si nos desarmamos, si nos desposeemos, si nos abrimos al hombre-Dios que hace nuevas todas las cosas, Él, entonces, nos da un tiempo nuevo donde todo es posible ¡Es la paz!”.

El sabio criterio que con la sencillez es mucho más fácil encontrar lo esencial está en la base de las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Cuando dice que no tiene dónde reclinar la cabeza (Mt 8, 20), es lo mismo que decirnos que vive como un marginado o un desinstalado, es decir, sin apego a nada. Cuando da instrucción a los apóstoles, les dice: “No traten de llevar oro, ni plata, ni monedas de cobre, ni provisiones para el viaje. No tomen más ropa de la que llevan puesta; ni bastón ni sandalias” (Mt 10, 9-10). Constituye una clara alusión al desprendimiento necesario para hacer posible la experiencia de Dios. Es esta anticipación de plenitud lo que nos hace superar nuestra cobardía para comprometernos a favor de los olvidados.

Esta misma idea la encontramos en el pasaje en el que un joven pregunta lo que debe hacer para conseguir la vida eterna, Jesús, al ver que era un estricto cumplidor de los mandamientos, lo mira con amor y le dice: “Sólo te falta una cosa: anda, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y así tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme.” (Mc 10, 17-27). Estas claras alusiones a la preferencia de ir ligero de cargas no son para favorecer situaciones penitenciales ni masoquistas; es la necesidad de estar libre de todo aquello que nos distrae de dirigir nuestros esfuerzos hacia el núcleo de la vida: construir un mundo nuevo y hacerlo con toda libertad, para que todas y todos podamos gozar de la Vida Buena.

Todas estas reflexiones nos indican que para poder ver realmente los ojos de los demás, uno no debe estar mirándose siempre a sí mismo, tal como ocurre en nuestras sociedades ególatras. Al contrario, ir ligero de equipaje nos permite luchar contra la pobreza y, sobre todo, ser críticos con la opulencia; porque, de lo contrario, lo arreglamos todo olvidándonos de los que sufren y, para acallar la conciencia, damos una limosna periódicamente. Como muy bien dice el poeta: “El señor don Juan de Robles, de caridad sin igual, hizo este santo hospital, y también hizo a los pobres.”

Es sumamente importante crear oportunidades de encuentro a las 6.000 culturas existentes, formadas por 500 millones de personas, críticas con las desmesuras del neoliberalismo y los abusos del eurocentrismo. Juntas, constituyen alternativas y esperanzas de conseguir otros mundos posibles. Todo confluye: la vida Buena o Buen Vivir de las culturas originarias; las filosofías y religiones diversas; las enseñanzas de Jesús y las teorías del decrecimiento. Es restituir el equilibrio, la armonía, la serenidad y la buena relación entre los seres humanos y con todas las especies vivientes, equilibrio que perdimos cuando antepusimos la técnica a la vida. Entonces, ¿no es cierto que nos encontramos ante una magnífica oportunidad para concretar todo este cúmulo de enseñanzas en una actualizada manera de llevarlas a la práctica?

El tema del decrecimiento, como hemos visto, es crítico con el sistema actual, pero necesita de la fuerza creadora de la Utopía, porque sin ella no lograremos alzar el vuelo que exigen los proyectos revolucionarios. Constituye un filón nuevo muy interesante para educadores de cualquier nivel que quieran estudiarlo y organizar talleres, encuentros, cursillos… en la educación popular, en las actividades formativas de las comunidades y de concienciación popular.

(Ponencia presentada en el XVI Encuentro andaluz de CCP celebrado en Torrox (Málaga) del 20 al 22 de Noviembre de 2.009)


http://www.redescristianas.net/2009/12/15/filosofia-del-decrecimientojoan-surroca-i-sens/

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