"En el terreno de lo político, el evento más llamativo hoy en día es la protesta que se origina y organiza digitalmente. Pero su impacto ha demostrado ser inconsistente y en muchos casos irrelevante".
Uno de los productos más representativos de los nuevos medios digitales es el evento.
Al estar expuestos a una enorme cantidad de contenidos e interacción, mayormente gratuita y de baja calidad, vamos desarrollando una necesidad imperiosa por gozar de experiencias estimulantes y que llamen nuestra atención. Buscamos estímulos intensos y que no requieran un gran nivel de compromiso.
Una de las formas más completas de estímulo es el evento participativo. Lo suficientemente consistente para atraer y mantener la atención de un grupo y lo suficientemente rico para crear material que pueda ser compartido online y por tanto auto afirmar a los participantes. Lo suficientemente entretenido, interactivo y dinámico, pero sin ninguna atadura que impida pasar al siguiente evento cuando el primero pierda interés.
Partidos de fútbol, programas de tele-realidad, conciertos, fiestas nacionales, conferencias, ferias (gastronómicas por ejemplo).... todos ellos son eventos que hoy en día se amplifican gracias a la participación del público y a la distribución de ese acto de participación a través de los medios digitales. No falta un meme o #hashtag para identificar aquel lugar o evento del que todo el mundo habla y en el que todos debemos estar o "participar".
En el terreno de lo político, el evento más llamativo hoy en día es la protesta que se origina y organiza digitalmente. Dependiendo de su tamaño y su impacto mediático, este tipo de evento puede quitarle el sueño a más de un político. Sin embargo, el impacto de estos fenómenos en el largo plazo ha resultado hasta hoy inconsistente y en muchos casos irrelevante.
¿Qué puede hacer un político ante una protesta de corte moderno impulsada y coordinada desde los nuevos medios digitales?
Pues entenderla como un evento, calcular sus límites y actuar consecuentemente.
La teoría dice que las protestas pueden presentarse como una oportunidad para cambiar el estado de las cosas a un coste asumible por el individuo promedio. En un mundo configurado por eventos efímeros y donde el usuario está acostumbrado a viajar a golpe de ratón de experiencia en experiencia, el coste de cambiar el estado de las cosas puede resultar demasiado elevado (demasiado tiempo, dedicación, capacidad de coordinación, esfuerzo intelectual).
Las protestas pueden ser también producto de un proceso de identificación con el grupo que las organiza; sin embargo, una protesta con diferentes grupos de interés, donde cada uno lucha por sus propias consignas o tiene propuestas diferentes para tratar de resolver un malestar indefinido han devenido en movimientos que no han tenido impacto real en el largo plazo y han implosionado con mayor o menor rapidez. Sólo hace falta ver las protestas de indignados de los últimos años para encontrar este patrón.
Sin embargo, estas propuestas son promovidas con gran dramatismo por sus participantes.La red se llena de contenido producido por periodistas ciudadanos afines al movimiento, los "trending topics" describen los eventos; y las redes sociales, los blogs y los servicios de video online describen la vida en los campamentos donde se implementa una rudimentaria sociedad de democracia deliberativa acorde con los ideales que se busca promover.
Ante esta puesta en escena dramática (sólo hace falta ver algunos mensajes que se distribuyen), la respuesta del estado y la política en forma de un pelotón anti manifestaciones sólo agrega más histeria a la situación.
Es quizás más interesante que ambas partes se observen mutuamente y vean sus límites, posibilidades y retos.
Una cultura de protestas gestadas online por grupos acostumbrados a la interacción y satisfacción digital rápida ha manifestado limitaciones para mostrar efectos constantes y concretos en el largo plazo. Su reto es superar estas limitaciones que pecan de ingenuidad. Un reto difícil considerando que es la forma de ser de sus individuos y lo que cambia más lentamente es la mentalidad. Al menos existe autocrítica.
La respuesta política de anular por medio de la fuerza estas protestas es primaria Los gobernantes deben entender que amenazas o intentos de manipular veladamente pueden ser expuesto en cualquier momento. En el mundo donde la información digital fluye sin control es difícil mantener un secreto. En ese sentido, los procedimientos de desalojo o de desarticulación sustentados en aspectos legales han resultado más eficientes en el largo plazo.
Un liderazgo político acorde a los nuevos tiempos debe ser capaz de monitorizar este tipo de protestas, anticiparlas, identificar los sentimientos negativos y a los líderes que los canalizan, calcular el alcance y decidir cuándo vale la pena actuar y/o dialogar. Esta labor constante, en buena parte digital, resulta totalmente extraña para políticos acostumbrados a tomar contacto con el público cada 4 o 5 años a cambio de un puñado de votos.
Los medios digitales seguirán cambiando la forma en que estado, autoridades y parte de la sociedad interactúan. Partir de visiones obsoletas o ingenuas para asumir esta interacción solo la harán cada vez más irrelevante.
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