Compartimos esta historia
sobre los 4 hijos de un cerdito y la herencia que les dejó a cada uno.
Érase un cerdito acaudalado
que cayó muy enfermo. Sabiendo que le quedaban pocos días de vida, llamó a sus
cuatro hijos para contarles su última voluntad.
“Hijos míos, ya llega mi
última hora y quiero decirles que con gran esfuerzo y sacrificio en mi trabajo
logré ahorrar todo este dinero que quiero compartirlo con ustedes en partes
iguales. Lo único que les voy a pedir es que lo utilicen para hacer negocios
relacionados con la comida, que siempre ha sido mi gran pasión. Háganlo por
favor y sean cerditos exitosos”, les dijo.
Luego de que el padre
falleciera, cada cerdito volvió a su respectivo pueblo. Llegando con tal
cantidad de dinero, era necesario explicar a sus esposas lo sucedido y el deseo
de su padre respecto a la herencia.
El cerdito mayor dijo: “Esposa
mía, a nosotros que tanto nos gustan esas bellotas azules, haremos un negocio
con ellas. Montaremos un restaurante donde ofreceremos platillos hechos con
esas delicias”.
Su esposa lo miró con
preocupación y le dijo: “¿Estás seguro? Esas bellotas solo nos gustan a ti y a
mi…” A lo que él respondió: “Tranquila, nosotros somos cerditos gourmet y ya
verás como los comensales las apreciarán”.
El segundo cerdito llegó a
casa y le dijo a su esposa: “Mi cerdita, mi padre nos dejó este dinero y quiere
que hagamos un negocio de comida. Haremos una tienda de embutidos que tienen
tanta demanda entre los humanos”.
“¿Qué? ¡Es un horror!”,
contestó ella. “No, eso da igual porque conseguiremos mucho dinero y con eso
compensamos todo”, acotó el cerdito.
El tercer cerdito reflexionó
en el camino a casa y al llegar le dijo a su esposa: “Querida, he pensado en lo
que dijo mi padre y pues he llegado a la conclusión que antes de escoger algo
que nos guste a los dos, preguntaremos a los vecinos, familiares y otros
pobladores, a ver qué productos podríamos vender de comida, cuáles tienen mayor
aceptación y haremos un negocio con ellos”.
Su esposa respondió contenta:
“¡Fantástico!, así será”.
El cuarto cerdito sin
importarle mucho el dinero y el negocio que su padre pedía para cada uno de sus
hijos, le contó lo acontecido a su esposa en medio de una fiesta: “Mira, ¿sabes
qué?, sea el negocio que sea, un restaurante, bodega o lo que sea, todo es
recontra fácil, cualquier cosa va a funcionar”.
La cerdita le dijo casi sin
prestar atención: “¿Seguro?”. “¡Claro pues! Yo soy el más inteligente del
pueblo, jajaja” y siguió jaraneándose en la fiesta.
Pasaron días, meses, años y los
cuatro cerditos volvieron a reunirse para una celebración familiar. Como era de
esperarse, cada uno contó lo que había hecho con el dinero que dejó su padre.
El cerdito mayor dijo: “No me
quejo, a mi familia no le falta nada, pero es difícil llegar a fin de mes
holgado. Apenas hemos podido tomar vacaciones”.
“A nosotros nunca nos ha
faltado dinero. Mi tienda de embutidos es un éxito y he ampliado el negocio.
Pero eso sí, no me gusta, ni ganas de levantarme temprano por la mañana para ir
a abrir la tienda”, aseguró el segundo cerdito.
El tercero por su parte
comentó: “Yo sí he tenido suerte, luego de conversar con los pobladores pusimos
el restaurante y ha tenido gran aceptación. Nunca nos ha faltado dinero y
disfrutamos cada día de trabajo”.
“¡Pucha qué envidia!”, dijo el
cuarto cerdito. “Yo puse un restaurante sin pensar, sin saber realmente qué
ofrecer. En un año estabamos quebrados. Para colmo estos problemas de dinero
hicieron que mi mujer y yo nos divorciáramos. Ahora no tengo nada y no sé qué
hacer…”
De repente, apareció la madre
de los cerditos, quien se encontraba cerca escuchándolos: “No he podido evitar
oir cada comentario y ahora me arrepiento no haber insistido con su padre en
que se equivocaba con su última petición. Fue muy fácil dar el dinero, pero muy
difícil transmitir su pasión”.
Reflexión
¿Historia conocida? ¿Cuántas
veces hemos escuchado el típico comentario de: “Yo soy abogado, mi hijo también
tiene que ser abogado”? Y los padres se ponen tercos para que sus hijos hagan
lo mismo que ellos o aquello que nunca pudieron lograr. Lo único que consiguen
es un hijo frustrado que no pudo estudiar ni ejercer la carrera que siempre
quiso. Este joven se convierte en un ente que no disfrutará ni un solo segundo
de su profesión pues no hay pasión que lo mueva.
Antes de obligar a nuestros
hijos a optar por un camino u otro, debemos reconocer sus habilidades y
virtudes, para qué son buenos, en qué aspectos tienen mayores destrezas y
motivarlos a desarrollarlas. Luego dales las miles de opciones que existen para
que puedan escoger. Dales tiempo para pensar sobre qué es lo que realmente les
gusta, qué los mueve, qué los apasiona. Motívalos a encontrar su pasión y a dar
lo mejor de sí mismos.