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Cultivar la creatividad

Todos podemos expresar a diario nuestra creatividad de distintas maneras. No sólo es un privilegio exclusivo de los artistas. Más allá del don natural, se trata de aprender a vencer miedos y bloqueos con la imaginación Tras cada decisión diaria subyace una buena dosis de creación


Usted es creativo. Aunque no lo sepa. Sí, en serio. No ponga esa cara. Piénselo bien: en el momento de escoger la ropa del armario cada mañana, en la forma de hablar y de elegir las palabras para transmitir un concepto, en la elaboración de los platos que cocina para la cena, en cómo va a arreglar una cita de trabajo, en la disposición de los muebles de casa o cuando busca la mejor manera para financiar la hipoteca… Todas estas actividades suponen una buena dosis de creatividad, ¿no es cierto?

Así que no vale la excusa de que este don sólo es un privilegio de grandes mentes o artistas, pintores, arquitectos, poetas. El mismo Albert Einstein una vez confesó: "No tengo dones especiales. Sólo soy apasionadamente curioso". Esta premisa es esencial. Sin llegar a los niveles de Mozart o Picasso, todos aplicamos una cierta dosis de creatividad, en mayor o menor medida, en la toma de decisiones. Y seguro que más de uno ha conocido a un individuo aparentemente gris con un trabajo rutinario para luego descubrir que cultivaba algún hobby inesperado, desde construir modelos de barcos hasta arreglar motos antiguas.

"Todo ser humano viene al mundo con determinadas capacidades. La creatividad forma parte del ser humano. Es un elemento esencial, digamos que viene de serie: sin ella el hombre no hubiera podido sobrevivir y encontrar soluciones", dice Juan José Jiménez, catedrático de la Universidad de Castilla-La Mancha y director de un taller de creatividad ( "Cada vez sé cómo empieza pero no sé cómo termina. Improvisamos sobre la marcha. Si va de creatividad no puede seguir un programa muy definido", bromea).

Eso sí, siempre podemos hacer más. En efecto, con unas simples técnicas y ejercicios, es posible mejorar y cultivar el lado más creativo de nuestra personalidad, que tenemos a menudo escondido. No hay que aspirar a convertirse en genios. Simplemente se ha de saber que muchos de esos grandes genios también se hicieron a base de trabajo, esfuerzo y ejercicio. Pues bien, veamos cómo. Lo primero que hay que hacer es superar las inhibiciones que bloquean el proceso creativo. ¿Cuáles son? Fernando Trias de Bes, economista especializado en creatividad y escritor que cultiva varios géneros, señala tres grandes obstáculos. El freno más poderoso es el miedo. Puede ser el miedo a expresar emociones o sentimientos, en el caso de los artistas, escritores, diseñadores, que temen no estar a la altura o tienen difi-cultades para desvelar elementos profundos de su ser ( "mis versos no son buenos yo no sirvo para eso"; "me da vergüenza enseñar este dibujo"). O el miedo al fracaso, ante la convicción de que la idea a la que estamos dando vueltas no funcionará o carecerá de sentido. Esta inseguridad es frecuente entre los que trabajan en campos especí-ficos de la innovación, desde los inventores hasta los hombres de negocios…. Es decir, es el típico bloqueo que padecen todas aquellas personas que buscan una aplicación a su creatividad o una posible salida comercial a un proyecto personal o empresarial: temen que su idea no sea válida ( "este producto no se va a vender"; "mi artículo no va a interesar a nadie").

El segundo obstáculo es el llamado protocolo social. En una palabra, todo aquel conjunto de reglas que se adoptan a menudo sin darse cuenta: puede ser una cierta forma de vestir, de saludar, de comportarse, la etiqueta… Este código representa un entramado que disciplina la vida en común del ser humano, que busca un equilibrio delicado entre la eficiencia y el orden. Es lo que, en términos generales, podría definirse como entorno: familiar, laboral… El mismo sistema educativo está en parte orientado a este fin: transmitir conocimientos, más que fomentar la imaginación. De ahí que esta malla social pueda bloquear el proceso creativo ( "qué pensará mi padre cuando se entere"; "me mirarán raro si me pongo este color"; "mi jefe no me lo va a permitir").

Por último, está lo que podríamos llamar "cristalización de la realidad". Con el paso de los años, una cierta visión de las cosas queda esculpida en nuestro cerebro. Puede incluso que el juicio que tengamos sea correcto (a veces no lo es, hablamos entonces de prejuicios), pero supone que damos por bueno lo que tenemos delante. Estas opiniones son muy útiles para desenvolvernos en la vida, pero también pueden frenarnos, ya que cualquier proceso creativo supone transformar y cuestionar una realidad preexistente ( "para qué esforzarme: total, él nunca va a cambiar", "esto ya funciona, no voy a esforzarme para mejorar"). "Existe lo que yo llamo obsesión por la opinión. Para ser creativo hay que trabajar en hipótesis. El pensamiento creativo tiene que suspender por un tiempo las valoraciones", escribe Claudio Nutrito, consultor y autor de un manual de creatividad.

Desbloquearnos y liberarnos de estos frenos no es tarea fácil, pero es esencial. "Hablar de técnicas para fomentar la creatividad no tiene sentido si no se cumple este paso previo", recuerda Fernando Trias de Bes. Es como si recibiéramos unas clases teóricas para lanzarnos del paracaídas: aunque las dominemos, puede que una vez en el avión no tengamos la fuerza para tirarnos. Para crear hay que ser valientes. Y, de cierta manera, arriesgarse.

En este sentido, más allá del talento natural, el carácter indudablemente ayuda. El psicólogo Frank Barron ha llegado a dibujar el perfil del hombre creativo: decidido, seguro de sí mismo, independiente. Pero, por lo general, cualquier creador en busca de una idea deberá pasar por unas etapas, según el gurú Roger von Oech (www. creativethink. com). En la primera fase, el creativo asumirá los rasgos de la personalidad típica del explorador. Abierto y curioso, buscará nuevas oportunidades, como si de una aventura se tratara: el problema representa un gran desafío. En la segunda, el creador transformará la información acumulada en nuevas ideas. Flexible, persistente e imaginativo, está dispuesto a la experimentación y a la modificación permanente. En la tercera, se tratará de valorar lo obtenido: verificar, pulir, refinar y tener un espíritu crítico (en la justa medida). En la cuarta y última, se convierten las ideas en acción. Hay que convencer a los demás de su valor y defenderlas con osadía.

Toni Segarra, publicitario y autor del libro Desde el otro lado del escaparate (Espasa Ed.) (y creador de algunos de los lemas más conocidos de la historia de la publicidad), cree que el talento permite destacar, pero que es muy importante el entrenamiento mental. "Yo creo que la creatividad es un hábito", sostiene. "Es algo que tiene mucho que ver con el entorno laboral. Hay lugares que no propician la creatividad, como la oficina de un banco, por ejemplo". Así que en su agencia decidieron lanzar un proyecto piloto, Milmilks: apoyar alguna iniciativa ajena a su oficio para fomentar el choque y la conjucción de ideas. "La intención era hacernos olvidar lo que somos, lo que aprendimos, para reconstruirnos de otro modo y así enriquecer nuestra dieta", explica. Financiaron una serie de dibujos animados, ensayos musicales, la edición de una revista, con la única condición de que este trabajo se hiciera en la agencia. "Esto nos permitía asistir como espectadores privilegiados, a veces como colaboradores, del proceso de construcción y desarrollo de proyectos que nada tenían que ver con nuestra rutina. Es difícil de medir el impacto, pero esta conexión estimula y te lleva a abrir la mente."

Hay muchos métodos pero el patrón es siempre el mismo. La creatividad, como demuestra Segarra, se manifiesta cuando se relacionan ideas preexistentes aparentemente inconexas que dan lugar a algo nuevo. Un poco como contar un chiste (actividad, de por sí, muy creativa). En la naturaleza tenemos el mejor ejemplo de ello: el copo de nieve: para que se produzca, se necesita agua y una partícula de polvo (además de ciertas condiciones atmosféricas). Pues bien, ambos elementos ya existen y no están relacionados. Pero su unión crea algo novedoso. El secreto, en la creatividad, está en conseguir esta asociación inusual. "La inspiración es el germen, la idea primaria. Pero para darle forma se necesita mucho trabajo, constante. La creatividad es agotadora", asegura Fernando Trias de Bes.

Tomamos ahora un caso concreto para ver cómo podemos salir del paso: por ejemplo, el clásico bloqueo mental con el síndrome de la página en blanco. Juan José Jiménez sostiene que un buen truco es dar la vuelta al planteamiento inicial. A lo mejor no se sabe cómo empezar el texto, no se encuentra la palabra adecuada. Pues demos un giro: ¿y si se redactara el final… Para empezar? A lo mejor tenemos claro cómo termina, pero no cómo comienza. O bien, si no se consigue expresar lo que se tiene dentro, cambiemos de perspectiva: ¿de qué manera me contaría esta historia mi abuela? Otra posibilidad: si fuera el lector, ¿qué es lo que me gustaría leer sobre este tema? ¿Y lo que no? También se pueden traducir los pensamientos abstractos en imágenes, con diagramas, círculos.

Es cierto que las ideas no llegan desarrolladas, listas para su uso, sino a través de un proceso, experimentaciones y errores a raíz de una intención inicial. Según el psicólogo Dean Simonton, incluso los grandes innovadores no producen porque tengan éxito, sino que tienen éxito porque producen. "La cantidad de ideas conduce a la calidad", sostiene. En cierta manera, hay que volver a ser niños: son los que menos temen equivocarse. Piénselo: cualquier creación lleva consigo un aspecto lúdico. Como dijo Picasso, "aprender a pintar como los niños me llevó una vida entera". En nuestras sociedades la gente tiene tanto miedo al fracaso que ya no se da el lujo de soñar, de jugar y de crear. Con un ambiente correcto y un buen objetivo, es probable que salga a flote alguna idea. ¿Por qué no?


http://www.lavanguardia.es/gente-y-tv/noticias/20090808/53761174154/cultivar-la-creatividad.html

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