Hacía algunos meses que no lo veía, los mismos pasados desde que como empresario, como editor en Onagro (continuadora de Zócalo), estuvo en la ciudad para presentar el libro de Antonio Sánchez, “El Alcalde de La Malena”. Es verdad que en los últimos años ha cambiado algo físicamente. Cuestión de metabolismo. Pero nada en el tú a tú, en el trato cercano y directo. La personalidad de los grandes no tiene metabolismo ni chaquetas. Es natural y para toda la vida.
Fernando Jiménez Ocaña vino a la redacción a compartir un proyecto, de forma gratuita y desinteresada. Y entonces surgió la conversación personal y profesional. Esta última, como siempre, por esa criatura literaria que hace meses viene engendrando y que ha sido parida en forma de novela como “En algún lugar del camino”. Aquélla, la personal, como es habitual y esperado: con esa sonrisa de sencillez con la que si hay hielo lo rompe, si hay cercanía se sincera, si hay conversación la engrandece. Este escritor baenense que decidió que el esfuerzo personal (tras no haber ido demasiado a la escuela), era el principal argumento para saber hacer en la vida algo más que la O con un vaso, para poder contar a los demás lo que lleva dentro, para engrandecer a la tierra que nunca deja atrás y a la que regresa siempre que puede, que ha tenido callos en las manos cuando trabajó como peón de albañil, que se echó para adelante como si del grandísimo personaje de Cervantes se tratara, nos mostró parte de su corazón de creador tal que si el niqui negro con inscripciones modernas que vestía, se hubiese vuelto de pronto transparente y la piel fuera tan sensible como invisible.
Peleón
Jiménez Ocaña hace grandes las modestas hazañas de los escritores de medio millar de ejemplares (como mucho mil) en cada edición de sus libros, de sus poemas, de sus relatos. Puede mirar atrás sin esconder pasado. Ojear el horizonte sin temer futuro. Probablemente no hay dioses, ni sistemas, ni banalidades que abrace o acoja. Hay realidades personales que son inmensamente más completas que cualquier artificialidad que se pueda echar a la cara. Porque su cara es su pensamiento. Su sonrisa es su habilidad y, a la vez, parte de su miedo. Sus arrugas, el currículum de trabajador y de experimentador. Sus ojos, el espejo de la realidad prolongada y alargada que lleva dentro.
No contesta a las preguntas, conversa. No responde, cuenta. No se impone, deja que le interpreten. No enfatiza, explica. Y cita de memoria, o echa la vista al cielo para que le vengan a la mente las frases que ha leído o escuchado, para apoyar su conversación. Capaz de entrar (siquiera de refilón), en la personalidad de Oscar Wilde, de Isaac Asimov y tantos otros, para reafirmar su sacrificado y logrado autodidactismo. Capaz de escribir sobre folio en blanco sin guión ni esquema, sin academicismos ni escuela.
Tras largos ratos conversando con Fernando, en torno a una mesa, sentado, o de pie como queriendo obedecer los dictados del reloj en la vida diaria que tantas veces se convierten en dictadura, nos quedan sus palabras, una de sus creaciones y la expectativa por la ya próxima novela. Volverá por aquí, pero no para cobrarse el botín o para hacerse publicidad gratuita. Regresará para empaparse de las noches y los días de su Baena y para compartir esas vivencias, recreadas o reales, con quien le apetece o con quien se lo pida.
Fernando Jiménez Ocaña, posiblemente un niño a un tambor de caña atado. O un hombre en la barra del ambigú. Nunca será como, ni le sucederá lo que a esos “pirandellianos” personajes en busca de autor, porque es él mismo.
¿Se lee en España?
–Leen más las mujeres que los hombres, desde luego y sin duda. Ellas son quienes sostienen el mundo del libro, de la moda y de la cosmética. Y los hombres lo hacen con el mundo del deporte y el de la playstation.
Mucho corte autobiográfico en su obra...
–Sí, también en esta última novela. A veces la gente me pregunta sobre lo que hay de realidad y de novelado en mis libros. Les digo que no sé cuál es la verdad y la mentira. Que lo adivinen ellos. Además ya dijo Oscar Wilde que lo que no era autobiográfico, era un plagio
¿Qué busca con “En algún lugar del camino”
–Pretendo insuflar de nuevo el idealismo, la utopía, el romanticismo revolucionario, la lucha, el compromiso de aquellos años del final de la dictadura y comienzo de la democracia, porque pienso que se han perdido algo. Es una novela que va dirigida a los jóvenes de ahora para que conozcan a los de antes.
Con una visión anarquista...
–Sí, porque considero que la visión comunista ya está muy desestimada en la actualidad. No ha dado resultado y tenemos muchos ejemplos en diferentes países a lo largo de la historia del siglo pasado.
El final siempre es importante...
–Desde luego. Un mal final de un libro te puede, digamos, estropear como autor. El de esta novela es un poco trágico pero esperanzador.
¿Cómo escribe?
–Sin esquema, sin método, sin plan, porque no soy academicista. Sólo hice Primaria en la escuela y me considero un escritor por intuición, no por método.
¿Dónde?
–A mano, con bolígrafo y en cuadernos grandes de tamaño folio con dibujitos de animales en las pastas. Luego lo paso al ordenador para correcciones.
¿Cuándo?
–Más por la noche que favorece la creatividad.
¿Cuánto?
–Una o dos páginas diarias, unas doce páginas semanales.
¿Y cuándo no es posible, cuándo no sale...?
–Cuando no creas sufres un poco, pero lo soluciono intentando hacer las cosas que tengo acumuladas. Pero crea desasosiego porque esto es como una droga. Dijo Isaac Asimov que un día que no escribió nada había sido el más triste de su existencia.
¿A quién le enseña lo que escribe?
–Hasta que no está terminado el borrador del libro, a nadie. Lo escondo.
¿Merece la pena su trabajo?
–A mí sí me merece la pena ser escritor. No por dinero sino porque es bonito crear y sólo crean los privilegiados y los dioses lo pueden hacer.
¿Qué lee?
–Soy muy decimonónico. En el siglo XIX se ha escrito la gran literatura mundial con Chejov o Zola. También la Generación del 98 y la del 27. Hay que leerlas para forjarse como novelista.
¿Poesía?
–Todo novelista debe haber leído poesía que es lo que lubrica y afina la prosa.
Elija una de sus quince novelas...
–Me quedo... (se lo piensa) con “Lejos de casa”, ambientada en 70 familias de Baena recogiendo algodón, en los años 60, en tierras sevillanas.
Esconde las novelas y saca su miedo escénico
Con la misma naturalidad con la que cuenta la trama de una de sus novelas, confirma que su miedo escénico, su desazón por hablar en auditorios algo numerosos, persiste, aunque ha hecho algunos progresos. “Hasta quince personas, lo he superado, ahí ya hablo. Cuando hay más de quince, ya no puedo”. Ese frescor sincero que brota del corazón, que no quiere esconder miserias (que no las hay), ni aflorar divinismo (que está absolutamente descartado), es el que sigue utilizando Fernando Jiménez Ocaña para hablar de sí mismo, para abrir su personalidad mientras encierra las fórmulas creativas en el particularismo inevitable de cualquier artista, de cualquier creador, de cualquier literato.
Esa timidez se pudo comprobar no hace mucho tiempo en su tierra natal, además de en otros auditorios. Escribió el Pregón de Semana Santa 2006, pero fue su esposa quien se colocó en el estrado para leerlo, para declamar como sabe y está acostumbrada. Él, don Fernando como rezan los papeles oficiales pero sin el don como le gusta ser y estar consiguiéndolo, permaneció atento, en apariencia inquieto, como serenamente atribulado, sentado en la mesa presidencial, escuchando y oyendo sus epístolas contando la Semana de Pasión de su tierra judía.
Reconoce ser maniático, no sabemos si tanto como decimonónico o filántropo por enamorado de los clásicos de hace dos siglos o desprendido y generoso hacia los demás. Pero tiene sus manías, sus ticks, sus esto no me lo toques que luego no me gusta. Y las dice. En el proceso creador, sin dogmatismos, sin método, con el más puro autodidactismo, escribe y esconde. Sea una página, dos o quince, o las 399 de una novela de cuatrocientas. Y cuando no está terminada, cuando como escritor se rinde a la evidencia del final de la historia, la saca de su escondite y la ofrece a los demás, a los más cercanos. Que opinen entonces. Pero no antes, en pleno proceso creativo, en la perfilación argumental del contenido del libro. “Soy muy susceptible y si cada cosa que escribo la enseño, luego me podría desconcertar y hacer dudar si me dicen que no está bien o que lo haga de otra manera, me tira por tierra la idea”.
Esa consolidación total del borrador de su obra, le aporta firmeza, como dudas cuando va acumulando páginas de forma progresiva al proceso de gestación de la obra. Dice Jiménez Ocaña que “terminado el libro se lo enseño a mi mujer y a algún amigo, Como ya he ganado la convicción personal, no se ralentiza la novela. Y si tengo que cambiar algo según lo que digan, lo cambio o no, lo corrijo o no”.
http://www.andaluciainformacion.es/portada/?a=91655&i=67&f=0
Fernando Jiménez Ocaña vino a la redacción a compartir un proyecto, de forma gratuita y desinteresada. Y entonces surgió la conversación personal y profesional. Esta última, como siempre, por esa criatura literaria que hace meses viene engendrando y que ha sido parida en forma de novela como “En algún lugar del camino”. Aquélla, la personal, como es habitual y esperado: con esa sonrisa de sencillez con la que si hay hielo lo rompe, si hay cercanía se sincera, si hay conversación la engrandece. Este escritor baenense que decidió que el esfuerzo personal (tras no haber ido demasiado a la escuela), era el principal argumento para saber hacer en la vida algo más que la O con un vaso, para poder contar a los demás lo que lleva dentro, para engrandecer a la tierra que nunca deja atrás y a la que regresa siempre que puede, que ha tenido callos en las manos cuando trabajó como peón de albañil, que se echó para adelante como si del grandísimo personaje de Cervantes se tratara, nos mostró parte de su corazón de creador tal que si el niqui negro con inscripciones modernas que vestía, se hubiese vuelto de pronto transparente y la piel fuera tan sensible como invisible.
Peleón
Jiménez Ocaña hace grandes las modestas hazañas de los escritores de medio millar de ejemplares (como mucho mil) en cada edición de sus libros, de sus poemas, de sus relatos. Puede mirar atrás sin esconder pasado. Ojear el horizonte sin temer futuro. Probablemente no hay dioses, ni sistemas, ni banalidades que abrace o acoja. Hay realidades personales que son inmensamente más completas que cualquier artificialidad que se pueda echar a la cara. Porque su cara es su pensamiento. Su sonrisa es su habilidad y, a la vez, parte de su miedo. Sus arrugas, el currículum de trabajador y de experimentador. Sus ojos, el espejo de la realidad prolongada y alargada que lleva dentro.
No contesta a las preguntas, conversa. No responde, cuenta. No se impone, deja que le interpreten. No enfatiza, explica. Y cita de memoria, o echa la vista al cielo para que le vengan a la mente las frases que ha leído o escuchado, para apoyar su conversación. Capaz de entrar (siquiera de refilón), en la personalidad de Oscar Wilde, de Isaac Asimov y tantos otros, para reafirmar su sacrificado y logrado autodidactismo. Capaz de escribir sobre folio en blanco sin guión ni esquema, sin academicismos ni escuela.
Tras largos ratos conversando con Fernando, en torno a una mesa, sentado, o de pie como queriendo obedecer los dictados del reloj en la vida diaria que tantas veces se convierten en dictadura, nos quedan sus palabras, una de sus creaciones y la expectativa por la ya próxima novela. Volverá por aquí, pero no para cobrarse el botín o para hacerse publicidad gratuita. Regresará para empaparse de las noches y los días de su Baena y para compartir esas vivencias, recreadas o reales, con quien le apetece o con quien se lo pida.
Fernando Jiménez Ocaña, posiblemente un niño a un tambor de caña atado. O un hombre en la barra del ambigú. Nunca será como, ni le sucederá lo que a esos “pirandellianos” personajes en busca de autor, porque es él mismo.
¿Se lee en España?
–Leen más las mujeres que los hombres, desde luego y sin duda. Ellas son quienes sostienen el mundo del libro, de la moda y de la cosmética. Y los hombres lo hacen con el mundo del deporte y el de la playstation.
Mucho corte autobiográfico en su obra...
–Sí, también en esta última novela. A veces la gente me pregunta sobre lo que hay de realidad y de novelado en mis libros. Les digo que no sé cuál es la verdad y la mentira. Que lo adivinen ellos. Además ya dijo Oscar Wilde que lo que no era autobiográfico, era un plagio
¿Qué busca con “En algún lugar del camino”
–Pretendo insuflar de nuevo el idealismo, la utopía, el romanticismo revolucionario, la lucha, el compromiso de aquellos años del final de la dictadura y comienzo de la democracia, porque pienso que se han perdido algo. Es una novela que va dirigida a los jóvenes de ahora para que conozcan a los de antes.
Con una visión anarquista...
–Sí, porque considero que la visión comunista ya está muy desestimada en la actualidad. No ha dado resultado y tenemos muchos ejemplos en diferentes países a lo largo de la historia del siglo pasado.
El final siempre es importante...
–Desde luego. Un mal final de un libro te puede, digamos, estropear como autor. El de esta novela es un poco trágico pero esperanzador.
¿Cómo escribe?
–Sin esquema, sin método, sin plan, porque no soy academicista. Sólo hice Primaria en la escuela y me considero un escritor por intuición, no por método.
¿Dónde?
–A mano, con bolígrafo y en cuadernos grandes de tamaño folio con dibujitos de animales en las pastas. Luego lo paso al ordenador para correcciones.
¿Cuándo?
–Más por la noche que favorece la creatividad.
¿Cuánto?
–Una o dos páginas diarias, unas doce páginas semanales.
¿Y cuándo no es posible, cuándo no sale...?
–Cuando no creas sufres un poco, pero lo soluciono intentando hacer las cosas que tengo acumuladas. Pero crea desasosiego porque esto es como una droga. Dijo Isaac Asimov que un día que no escribió nada había sido el más triste de su existencia.
¿A quién le enseña lo que escribe?
–Hasta que no está terminado el borrador del libro, a nadie. Lo escondo.
¿Merece la pena su trabajo?
–A mí sí me merece la pena ser escritor. No por dinero sino porque es bonito crear y sólo crean los privilegiados y los dioses lo pueden hacer.
¿Qué lee?
–Soy muy decimonónico. En el siglo XIX se ha escrito la gran literatura mundial con Chejov o Zola. También la Generación del 98 y la del 27. Hay que leerlas para forjarse como novelista.
¿Poesía?
–Todo novelista debe haber leído poesía que es lo que lubrica y afina la prosa.
Elija una de sus quince novelas...
–Me quedo... (se lo piensa) con “Lejos de casa”, ambientada en 70 familias de Baena recogiendo algodón, en los años 60, en tierras sevillanas.
Esconde las novelas y saca su miedo escénico
Con la misma naturalidad con la que cuenta la trama de una de sus novelas, confirma que su miedo escénico, su desazón por hablar en auditorios algo numerosos, persiste, aunque ha hecho algunos progresos. “Hasta quince personas, lo he superado, ahí ya hablo. Cuando hay más de quince, ya no puedo”. Ese frescor sincero que brota del corazón, que no quiere esconder miserias (que no las hay), ni aflorar divinismo (que está absolutamente descartado), es el que sigue utilizando Fernando Jiménez Ocaña para hablar de sí mismo, para abrir su personalidad mientras encierra las fórmulas creativas en el particularismo inevitable de cualquier artista, de cualquier creador, de cualquier literato.
Esa timidez se pudo comprobar no hace mucho tiempo en su tierra natal, además de en otros auditorios. Escribió el Pregón de Semana Santa 2006, pero fue su esposa quien se colocó en el estrado para leerlo, para declamar como sabe y está acostumbrada. Él, don Fernando como rezan los papeles oficiales pero sin el don como le gusta ser y estar consiguiéndolo, permaneció atento, en apariencia inquieto, como serenamente atribulado, sentado en la mesa presidencial, escuchando y oyendo sus epístolas contando la Semana de Pasión de su tierra judía.
Reconoce ser maniático, no sabemos si tanto como decimonónico o filántropo por enamorado de los clásicos de hace dos siglos o desprendido y generoso hacia los demás. Pero tiene sus manías, sus ticks, sus esto no me lo toques que luego no me gusta. Y las dice. En el proceso creador, sin dogmatismos, sin método, con el más puro autodidactismo, escribe y esconde. Sea una página, dos o quince, o las 399 de una novela de cuatrocientas. Y cuando no está terminada, cuando como escritor se rinde a la evidencia del final de la historia, la saca de su escondite y la ofrece a los demás, a los más cercanos. Que opinen entonces. Pero no antes, en pleno proceso creativo, en la perfilación argumental del contenido del libro. “Soy muy susceptible y si cada cosa que escribo la enseño, luego me podría desconcertar y hacer dudar si me dicen que no está bien o que lo haga de otra manera, me tira por tierra la idea”.
Esa consolidación total del borrador de su obra, le aporta firmeza, como dudas cuando va acumulando páginas de forma progresiva al proceso de gestación de la obra. Dice Jiménez Ocaña que “terminado el libro se lo enseño a mi mujer y a algún amigo, Como ya he ganado la convicción personal, no se ralentiza la novela. Y si tengo que cambiar algo según lo que digan, lo cambio o no, lo corrijo o no”.
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