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Danza de almas "extrañas"

Están ante sus amigos de todos los días, que ahora siguen sus movimientos acompasados con ojos desorbitados, sonrientes, orgullosos, ensimismados. Todos visten de azul. Los jovenzuelos con sus trajes y lacitos al cuello; y las muchachas con sus largos atuendos de salón, a la usanza de los antiguos salones franceses, y con sus rostros radiantes, esplendorosos, perfectamente maquillados.

Tras los telones que los separaban del escenario se les veía inquietos, incluso juguetones, mientras la maestra de baile les corregía o insuflaba confianza.

"¡Tú, tú, linda, estás un poquito fresquita… ¿Te quieres casar, ehhh…?", dice con mirada ingenuamente pícara Alejandro a Tania, la líder del grupo de 12 jóvenes nacidos con Síndrome de Down.

Mientras a la muchacha le pintan los labios es asediada por su pareja de baile. En su vida real y su mundo imaginario, esta es su novia; y esta del cuento es tal vez también su boda, el enlace de sus sueños.

La escena ocurre en un espacio sobrecogedoramente sencillo, que poco tiene que ver con los que estos singulares bailadores están acostumbrados a desenvolverse, el que les eleva su presuntuoso ego. Pese a este cambio, danzan con una prestancia admirable, estremecedora.

Su memoria prodigiosa, que tiende a reproducir las secuencias, los escenarios y los pasos, tal vez extraña los aplausos atronadores de los majestuosos espacios donde se enseñorea su "extraña" y admirable destreza.

La tarde de este encuentro primero ensayaban. Luego entraron en perfecta sincronía al mundo mágico de La Cucarachita Martina, bailando su contradanza en el segundo acto, en la escena de la boda de ese mágico cuento infantil.

CUANDO BAJAN LOS ÁNGELES

Una mujer amaneció un día con la noticia de que el hijo que le había nacido era Síndrome de Down. "Fue tan traumático que pasé diez años sin trabajar. Hay noticias para las que uno nunca está preparado", recuerda Zonia Ruiz, quien lleva por alma la ternura de los ángeles.

Mucho debe este manantial de asombros en que se ha convertido el grupo de contradanza del Centro Médico Psicopedagógico La Castellana, en la capital de Cuba, a esta profesora de baile: una especie de espíritu celestial, vivificante, inspirador…

Zonia logró el encantamiento de convertir en miel toda su amargura. Cuando han pasado 23 años de aquel accidente que cambió su existencia, sostiene que, contrario a lo que algunos pudieran creer, estos jóvenes no trasmiten dolor o tristeza, sino felicidad.

Su ternura, profesionalidad y paciencia han hecho posible, junto a otros, que teatros enteros casi se derrumben de aplausos durante las presentaciones de La Colmenita, la compañía cubana de teatro que tuvo la "osadía" de integrar a los "talentos" de La Castellana.

Carlos Alberto Cremata, a quien esta profesora de baile asume como un "padre protector", aunque ella le supere en edad, les ha comentado entre hinchado y jaranero que estos jovenzuelos bailadores les roban el espectáculo, "se echan el público en el bolsillo".

La Colmenita se convirtió en su propia casa, y los colmeneros en su amorosa y gran familia. Gracias a la compañía, ellos han actuado en los grandes teatros. "Cremata pone en tensión a todos cuando llegan los niños de La Castellana. Pone a todos sus especialistas y técnicos en función de nosotros".

Ya tiene más de diez años esta prodigiosa fusión de almas y bailes, y los asombros continúan. El propio "Tin", como le llaman a Cremata, les confiesa que ha visto espectáculos donde participan jóvenes como los de esta institución, pero en ninguno se explotan como aquí las potencialidades de las personas con estas limitaciones intelectuales. De cierta forma prevalece algún menosprecio de sus posibilidades.

Como sostiene la profesora, estos jóvenes tienen un aire, un ángel que algunos no alcanzan a imaginar. "He ido descubriendo sus talentos, sus inclinaciones por el arte, la pantomima, el teatro de títeres. Es posible desarrollar sus potencialidades motrices, creativas e imaginativas. Hemos llegado a hacer hasta una comedia musical".

Aquella mujer herida por sus entrañas, descubrió que era más lindo aprovechar su experiencia en ayudar a otros niños y sus familias en vez de rumiar amarguras y resentimientos. "Hay que tratarlos con mucho amor. Desde que son pequeñitos ellos saben si se les ama o rechaza; y solo el amor penetra sin necesidad de métodos, palabras, actitudes. Y eso es lo que les ha llegado siempre desde nosotros y La Colmenita".

ARROYUELO CON DOS CORRIENTES

Como un arroyuelo con dos corrientes que se cruzan. Así siente el vínculo entre los jóvenes y especialistas de La Castellana y los pequeños artistas y los creadores de La Colmenita, la productora de la compañía infantil Lupe Rey Perdigón.

La especialista quedó marcada por la ocasión en que montaban un espectáculo con más de cien personas en el teatro Carlos Marx, entre estos "artistas" de La Castellana. Lograr esa fusión fue como darle forma a una maravilla.

"Hay que adaptar la situación de la obra a las características de ellos. Sobre todo hay que saberlos entender. A veces hasta discuten en medio del espectáculo, o intentan sobresalir unos sobre otros. También hay que estimular a los demás niños para que los acepten; lo cual es muy lindo, porque hasta terminan siendo amiguitos. Y en eso Tim es un verdadero maestro, que nos alecciona a todos", refiere Lupe.

Para Marileidys Perdomo, subdirectora del Centro Médico Psicopedagógico que atiende a unas 310 personas con problemas sociales graves, esta interrelación es "algo muy lindo", que ha beneficiado a ambas partes.

Para sus discípulos, vincularse a La Colmenita favoreció la integración social y la eliminación de prejuicios y estereotipos. Hizo que el resto de la sociedad los mire en vez de con conmiseración, con admiración, que se les aprecie como a iguales; y se alcance la necesaria equiparación de oportunidades, premisas básicas en la labor con las personas con estas limitaciones intelectuales.

Estos años contribuyeron a que se les deje de apreciar como a unas personas limitadas que requieren de ayuda, pues la compañía infantil les dio la posibilidad de integrarse y socializarse.

A los de La Colmenita, según esta psicopedagoga, les posibilita crecerse como seres humanos. "Es muy hermoso, porque no se manifiestan burlones o severos, como ocurre a veces en otros espacios del sistema escolar. Les desarrolla sentimientos afectivos muy fuertes, y también de solidaridad y apoyo


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