A propósito de la reciente elección del café del valle de Sandia, Puno, como el mejor del mundo, damos una mirada a la historia de esta bebida vinculada con la creación artística
Una pequeña flor blanca, con olor semejante a la del jazmín, tres días después de nacer muere para darle paso a aquella semilla que en tiempos pasados fue condenada por la Iglesia y despreciada por los musulmanes, pero que actualmente representa un activo liberador de las mentes de los intelectuales más brillantes de los últimos tiempos, así como uno de los productos más importantes que sostiene la economía mundial: el café.
Probablemente, su nombre proviene del vocablo turco kawah que significa “lo que maravilla y da vuelo al pensamiento”, o también de Kaffa, región de la alta Etiopía. Son muchas las historias acerca de su origen, pero la más difundida es la leyenda que surge en el siglo IX. Un pastor etíope llamado Kaldi, observó con asombro la inquietud fuera de lo común de sus cabras al comer unos pequeños frutos rojizos de un arbusto en la región de Kaffa. El pastor probó las bayas y se las dio a los monjes de un monasterio cercano. Todos coincidieron en el aumento de la capacidad de concentración y resistencia a las largas noches de oración y meditación, lo cual atribuyeron a una inspiración divina.
EN EL NUEVO MUNDO
Tras su difusión por la cultura islámica —donde se inició la modalidad de hervir la semilla verde— alrededor del año 1000 d.C., el café “se convirtió en parte integral de la vida religiosa y secular”, según la revista “National Geographic”. Tres siglos después, los árabes la tostaron y molieron. El consumo se masificó en África y Arabia durante los siglos siguientes. En el siglo XVI fue prohibido por la Iglesia Católica tras ser catalogado como la bebida del demonio, pues era consumida por infieles y pecadores, esto hasta que el papa Clemente VIII la bendijo y bautizó dando la venia para su difusión por toda Europa. A América llegó gracias a Gabriel Mathieu de Clieu, un francés que guardó una planta de café en una pequeña caja de vidrio que resistió un viaje tortuoso debido al asalto de piratas, a una tormenta, a peleas y a la falta de agua.
LITERATURA
La relación entre el café y el intelecto es muy antigua. En los tiempos modernos, sin embargo, su consumo se masifica entre artistas y escritores. Una curiosa anécdota señala que Voltaire bebía 50 tazas al día en Le Procope de París, el más antiguo café de Francia, junto a los enciclopedistas Diderot, Rousseau y D´Alembert porque este lugar les servía como despacho.
En el mismo local, Napoleón Bonaparte tuvo que dejar su sombrero por carecer de dinero para pagar la taza que había tomado. El emperador tomaba 20 tazas diarias. Pero quien se consagró como un extraordinario bebedor de café fue Honoré de Balzac, que podía tomar hasta cien tazas al día, sobre todo durante el éxtasis de su trabajo creativo.
En el siglo XX, el café siguió alumbrando ideas y revoluciones culturales. El existencialista Jean Paul Sartre organizaba tertulias en el Café de Flore con Simone de Beauvoir, su pareja e iniciadora del pensamiento feminista.
EL LUGAR
La creación de los cafés no solo pretendió el disfrute hedonista de la bebida, sino también ofreció un ambiente acogedor para las discusiones ideológicas, corrientes literarias, los chismes y también las ganas de cambiar el mundo. Se logró crear un espacio colectivo de libertad como el Café Gijón de Madrid, nombre también de un premio de literatura, cuya fama surge en el régimen de Franco. Es uno de los pocos cafés literarios que sobrevive hasta la actualidad. Tal vez sea cierto lo que afirma el escritor español Valle-Inclán, quien dice que el café de Levante ha ejercido más influencia en la literatura y en el arte contemporáneos que dos o tres universidades juntas. Hablando de España, es conocido que la Generación del 27 se albergó en el Café Lyon para el disfrute de las contiendas ideológicas.
DE FICCIÓN
Pero el placer de tomar una taza de café también ha saltado de manera notable a la ficción. Personajes como Arcadio Buendía de “Cien años de soledad” y la Maga de “Rayuela” aparecen tomando o preparando la dichosa bebida en las respectivas novelas. En “Borges y yo” el célebre autor argentino aclara que ambos personajes después de tantas disyuntivas coinciden en el gusto por el café.
Y entre los nuestros, César Vallejo no escapa del conjuro del oscuro brebaje: “Me gusta la vida enormemente / pero, desde luego,/ con mi muerte querida y mi café”, escribió. Por otro lado, mientras que para el pensador cubano José Martí “el café me enardece y alegra, fuego suave, sin llama y sin ardor, aviva y acelera toda la ágil sangre de mis venas”, para Mark Twain el café europeo “se parece a una cosa real lo mismo que la hipocresía se parece a la santidad: es débil, sin carácter y falto de inspiración”.
UN POCO DE HISTORIA
En 1615 Venecia recibe el primer cargamento de café verde.
En 1652 se abre la primera “coffe house” en Londres. En menos de 20 años, ya había tres mil establecimientos.
En 1669 se lanza la moda del café en la alta sociedad en París. Antes de la revolución francesa, ya había más de mil quinientos cafés que contaban con gran afluencia de público.
En 1771 Francisco Serio funda el primer café en Lima, en la calle del correo, cerca de la Plaza de Armas, donde hoy es el jirón Conde de Superunda.
http://elcomercio.pe/noticia/471277/sepa-cual-relacion-entre-cafe-creatividad-arte
Una pequeña flor blanca, con olor semejante a la del jazmín, tres días después de nacer muere para darle paso a aquella semilla que en tiempos pasados fue condenada por la Iglesia y despreciada por los musulmanes, pero que actualmente representa un activo liberador de las mentes de los intelectuales más brillantes de los últimos tiempos, así como uno de los productos más importantes que sostiene la economía mundial: el café.
Probablemente, su nombre proviene del vocablo turco kawah que significa “lo que maravilla y da vuelo al pensamiento”, o también de Kaffa, región de la alta Etiopía. Son muchas las historias acerca de su origen, pero la más difundida es la leyenda que surge en el siglo IX. Un pastor etíope llamado Kaldi, observó con asombro la inquietud fuera de lo común de sus cabras al comer unos pequeños frutos rojizos de un arbusto en la región de Kaffa. El pastor probó las bayas y se las dio a los monjes de un monasterio cercano. Todos coincidieron en el aumento de la capacidad de concentración y resistencia a las largas noches de oración y meditación, lo cual atribuyeron a una inspiración divina.
EN EL NUEVO MUNDO
Tras su difusión por la cultura islámica —donde se inició la modalidad de hervir la semilla verde— alrededor del año 1000 d.C., el café “se convirtió en parte integral de la vida religiosa y secular”, según la revista “National Geographic”. Tres siglos después, los árabes la tostaron y molieron. El consumo se masificó en África y Arabia durante los siglos siguientes. En el siglo XVI fue prohibido por la Iglesia Católica tras ser catalogado como la bebida del demonio, pues era consumida por infieles y pecadores, esto hasta que el papa Clemente VIII la bendijo y bautizó dando la venia para su difusión por toda Europa. A América llegó gracias a Gabriel Mathieu de Clieu, un francés que guardó una planta de café en una pequeña caja de vidrio que resistió un viaje tortuoso debido al asalto de piratas, a una tormenta, a peleas y a la falta de agua.
LITERATURA
La relación entre el café y el intelecto es muy antigua. En los tiempos modernos, sin embargo, su consumo se masifica entre artistas y escritores. Una curiosa anécdota señala que Voltaire bebía 50 tazas al día en Le Procope de París, el más antiguo café de Francia, junto a los enciclopedistas Diderot, Rousseau y D´Alembert porque este lugar les servía como despacho.
En el mismo local, Napoleón Bonaparte tuvo que dejar su sombrero por carecer de dinero para pagar la taza que había tomado. El emperador tomaba 20 tazas diarias. Pero quien se consagró como un extraordinario bebedor de café fue Honoré de Balzac, que podía tomar hasta cien tazas al día, sobre todo durante el éxtasis de su trabajo creativo.
En el siglo XX, el café siguió alumbrando ideas y revoluciones culturales. El existencialista Jean Paul Sartre organizaba tertulias en el Café de Flore con Simone de Beauvoir, su pareja e iniciadora del pensamiento feminista.
EL LUGAR
La creación de los cafés no solo pretendió el disfrute hedonista de la bebida, sino también ofreció un ambiente acogedor para las discusiones ideológicas, corrientes literarias, los chismes y también las ganas de cambiar el mundo. Se logró crear un espacio colectivo de libertad como el Café Gijón de Madrid, nombre también de un premio de literatura, cuya fama surge en el régimen de Franco. Es uno de los pocos cafés literarios que sobrevive hasta la actualidad. Tal vez sea cierto lo que afirma el escritor español Valle-Inclán, quien dice que el café de Levante ha ejercido más influencia en la literatura y en el arte contemporáneos que dos o tres universidades juntas. Hablando de España, es conocido que la Generación del 27 se albergó en el Café Lyon para el disfrute de las contiendas ideológicas.
DE FICCIÓN
Pero el placer de tomar una taza de café también ha saltado de manera notable a la ficción. Personajes como Arcadio Buendía de “Cien años de soledad” y la Maga de “Rayuela” aparecen tomando o preparando la dichosa bebida en las respectivas novelas. En “Borges y yo” el célebre autor argentino aclara que ambos personajes después de tantas disyuntivas coinciden en el gusto por el café.
Y entre los nuestros, César Vallejo no escapa del conjuro del oscuro brebaje: “Me gusta la vida enormemente / pero, desde luego,/ con mi muerte querida y mi café”, escribió. Por otro lado, mientras que para el pensador cubano José Martí “el café me enardece y alegra, fuego suave, sin llama y sin ardor, aviva y acelera toda la ágil sangre de mis venas”, para Mark Twain el café europeo “se parece a una cosa real lo mismo que la hipocresía se parece a la santidad: es débil, sin carácter y falto de inspiración”.
UN POCO DE HISTORIA
En 1615 Venecia recibe el primer cargamento de café verde.
En 1652 se abre la primera “coffe house” en Londres. En menos de 20 años, ya había tres mil establecimientos.
En 1669 se lanza la moda del café en la alta sociedad en París. Antes de la revolución francesa, ya había más de mil quinientos cafés que contaban con gran afluencia de público.
En 1771 Francisco Serio funda el primer café en Lima, en la calle del correo, cerca de la Plaza de Armas, donde hoy es el jirón Conde de Superunda.
http://elcomercio.pe/noticia/471277/sepa-cual-relacion-entre-cafe-creatividad-arte
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