En Suecia, el 90% de los
padres toma licencia por paternidad: no por un día, una semana o un mes.
En
promedio, se toman 7 semanas. Contrariamente a lo que se podría pensar, no se
trata de una política reciente o un arrebato de un gobierno de extrema
izquierda de turno. Hace 40 años, Suecia se convirtió en el primer país del
mundo en adoptar una política de licencia por paternidad pagada con neutralidad
de género. ¿En qué consistía? En otorgar 180 días de licencia por paternidad
pagados (90% del salario) por cada niño, los cuales se podían dividir entre los
padres en la manera que estos deseen. En el tiempo que ha transcurrido desde su
aplicación, esta política se ha modificado sucesivamente – no para recortar los
beneficios sino para ampliarlos. Algunos ejemplos:
Solo para el primer hijo, el número de días se incrementó de 180 a 480 días. En 1995, se introdujo “el mes del papá”, incentivo que consistía en que si ambos padres tomaban al menos un mes de licencia, entonces recibían como premio un mes más de licencia que se añadía a los días que ya recibían. En 2002, se duplicó el incentivo a dos meses si es que cada padre tomaba dos meses de licencia. Actualmente ya se discute la necesidad de forzar a que la distribución de los días sea igualitaria.
Este tipo de incentivos que
otorga el gobierno sueco, que también se aplican en países nórdicos y que desde
2007 se aplica con éxito en Alemania, no es visto como un sobrecosto o un
obstáculo a la inversión sino como una política inteligente y correcta que hace
un balance adecuado entre los objetivos de corto plazo y largo plazo de su
sociedad y que despierta en sus ciudadanos sentimientos y emociones que los
hacen proclives a realizar sacrificios importantes como, por ejemplo, asumir
cargas impositivas de las más altas del mundo.
Las políticas de licencias de
paternidad son inteligentes porque liberan el potencial económico de la mujer
pues, al estar los hombres en capacidad de compartir la responsabilidad de
cuidar a sus hijos en sus primeras semanas de nacidos, eliminan o reducen
drásticamente el temor de las mujeres a comprometer el futuro de su carrera con
la maternidad. Este hecho no solo tiene un impacto sobre los ingresos de los
hogares en los que antes las mujeres estaban forzadas a decidir entre maternidad
o vida profesional, sino que también las hace sentir más plenas, realizadas y
felices. Los suecos parecen haber podido resolver el antiguo problema de la
discriminación de la mujer en el mercado de trabajo, al que ya John Stuart Mill
se refería como “la forma más duradera y universal de exclusión”.
Sin embargo, hay algo más: no
solo es correcto que un recién nacido tenga la posibilidad de pasar todo el
tiempo que sea posible con sus padres sino que también es muy pero muy
inteligente.
Típicamente solemos pensar en
que los seres humanos somos generalmente compasivos y solidarios. Y esto,
felizmente, es verdad. Lo que también es cierto es que los seres humanos
preferimos ser solidarios y compasivos en grupos pequeños, en lugar de grandes.
El refrán “para mis amigos todos y para mis enemigos la ley” ilustra con
claridad esta característica. Immanuel
Kant era aún más audaz: en su teoría del “mal radical” señalaba que el ser
humano no solo es selectivo para decidir quién le importa y quién no sino que
las raíces del mal comportamiento son intrínsecas a la propia naturaleza
humana. Según Kant, si bien los seres humanos somos tales que podemos seguir la
mayor parte del tiempo las leyes morales y tratar a los demás como seres
iguales y como un fin y no un medio; hay algo en nosotros que hace virtualmente
inevitable que bajo ciertas circunstancias actuemos con maldad.
¿Por qué? Hay quienes señalan
que los orígenes de esta característica se remontan a nuestros primeros días de
nacidos. A diferencia de otros animales que nacen equipados con capacidades
para sobrevivir desde su nacimiento, como la capacidad de pararse, moverse y
buscar fuentes de alimentación o seguridad; los seres humanos nacen en un
estado psicológico de dependencia que no está presente en ninguna otra especie.
Piensen, por ejemplo, en un elefante incapaz de pararse poco después de su
nacimiento. Sin duda, moriría rápidamente. En contraste, un bebe no se puede
parar antes de los diez meses y apenas puede caminar con dificultad después del
primer año de vida. Sin embargo, las capacidades cognitivas de los bebes son
tremendamente mayores que las de otras especies. Es precisamente esta
combinación de altos dependencia e inteligencia la que influye en gran medida
en el desarrollo emocional de las personas y en su capacidad para desarrollar y
controlar su narcisimo. Un bebe y un infante actúa como un monarca que piensa
que el mundo gira alrededor de ellos y sus necesidades, aun a pesar de que
carece del poder (más allá del llanto de ensordecedor) para forzar el
cumplimiento de sus demandas.
El narcisismo de los bebés e
infantes, afortunadamente, no dura para siempre o, al menos, no debería durar.
La interacción directa con los padres juega un rol fundamental para crear
cimentar en ellos los valores de la interdependencia y la reciprocidad. ¿Cómo
puedo odiar a mi padre por enviarme a la cama temprano y al mismo tiempo
quererlo tanto por jugar conmigo, alimentarme y cuidarme? Cuando los infantes
resuelven este problema están prácticamente listos para la sociabilización y la
interacción en grupo. La presencia de
los padres es crítica para conseguir que los bebés e infantes superen esta
etapa.
Para que el Perú de mañana sea
un país en el que los gobernantes sean conscientes de su responsabilidad no
solo con los empresarios sino también con los trabajadores y los segmentos de
la población vulnerables; en el que los empresarios no solo se sacrifiquen por
cumplir las metas impuestas por sus directorios sino también por mantener
contentos a sus trabajadores y clientes; y en el que los trabajadores den lo
mejor de sí para el éxito de las organizaciones que les dan trabajo y además
cumplan con sus deberes ciudadanos, es indispensable que individualmente y
también como sociedad mantengamos bien vigilados y controlados al “mal radical”
de Kant y al narcicismo con el que cada uno de nosotros ha nacido. Esto lo
tiene perfectamente claro el gobierno sueco y eso se refleja en sus políticas.
En Perú, mientras tanto, en
lugar de discutir sobre cómo forjar una sociedad más cohesionada estamos
discutiendo leyes como la Ley No. 30288 (también conocida como la “Ley Pulpín”)
que no amplía derechos laborales sino que los recorta.
Seguro que está pensando,
amigo lector, que el ejemplo sobre el que gira el presente artículo es irrelevante
porque Perú no es Suecia. Tiene razón en parte. Si Suecia tiene las políticas
de licencia de paternidad que tiene es porque puede permitírsela, porque puede
pagarlas. ¿Por qué? Porque tiene una economía capaz de generar los excedentes y
recaudar los impuestos necesarios para hacerlo.
Pero ese es precisamente el
principal mensaje con el que lo quiero dejar en esta nota. En mi opinión, hoy
los peruanos deberíamos estar discutiendo cómo hacer que las empresas sean más
productivas y rentables; cómo el Estado puede generar beneficios tangibles a
los ciudadanos para que estos paguen impuestos voluntariamente; y, no si está
bien o no redistribuir los pocos excedentes que genera el país desde los
trabajadores hacia las empresas para “mostrar a cualquier costo” alguna mejora
en la productividad de la economía. Ojalá que este tema sea parte central del
debate previo a las próximas elecciones presidenciales.
Mientras tanto, amigo lector,
si tiene hijos, pase la mayor cantidad de tiempo con ellos, juegue con ellos,
hable con ellos, ríase con ellos y ayúdelos a entender que las relaciones entre
iguales no son malas y que no es débil quien depende de otro porque todos al
final dependemos unos de los otros. Es lo mejor para ellos y es la mejor
contribución que puede hacer Usted a que el mundo de mañana sea uno más
compasivo y recíproco.
Por: LEONARDO Amaraldo DELGADO Azaña
Publicista, mercadólogo y administrador MYPE
negociantesperu@gmail.com
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Director de las Web Sites:
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NegociantesPeru – importadores y exportadores
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Vía: Gestión
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