La debacle de la industria automotriz hace cambiar de oficio a los obreros y de giro a empresarios; las afectaciones económicas golpean la actividad productiva de la manufactura a la distribución.
DETROIT — Hace dos años, la vida de Kevin Lepper giraba en torno a la planta de autopartes de NSK Corporation –una de las principales proveedoras de GM, Chrysler y Ford– ubicada en Ann Arbor, Michigan. Durante 13 años, Kevin trabajó en la producción de baleros que se utilizan en componentes como bombas para agua y transmisiones. Quizá no era divertido, pero ganaba bien, unos 60,000 dólares anuales, con los que cubría sus gastos y los de sus dos hijos, que viven con su ex esposa.
Pero un mal día, todo cambió. La gerencia de NSK llamó a todos los trabajadores, los sentó enfrente de la cafetería y les anunció que cerrarían la planta y mudarían la operación a otra ubicación, una medida para reducir costos y librarse de los empleados sindicalizados, en medio de la fuerte crisis que atraviesa la industria automotriz en todo el mundo.
Fue como un balde de agua fría. “Justo antes de saber que perdería el trabajo, había comprado una casa más grande y un auto nuevo”, recuerda Kevin, un hombre rubio, robusto y de ojos pequeños, que ronda los 40 años.
NSK le dio una pequeña liquidación y el gobierno federal le otorgó un paquete de beneficios de desempleo. Al igual que otros trabajadores despedidos, Kevin recibió una pequeña mensualidad –un tercio de lo que ganaba en NSK– y el pago de cursos de capacitación para aprender otro oficio, por un periodo de dos años.
Kevin, quien no había tenido antes la oportunidad de estudiar, pensó en cursar una carrera técnica, como radiología. Fue así como la trabajadora social del gobierno local que llevaba su caso le planteó una opción interesante.
El Hospital Henry Ford y la Universidad del Condado de Oakland estaban por lanzar un programa de formación de enfermeros, dirigido a los trabajadores que habían sido desplazados por la industria automotriz. El hospital fue fundado por Henry Ford en 1915 pero ahora es la piedra angular de un exitoso sistema de centros hospitalarios y de investigación médica sin fines de lucro, que no tiene nada que ver con la firma de automóviles.
Reconversión laboral
El programa surgió de la inquietud del hospital y de la Universidad de Oakland de poder ayudar a contrarrestar el déficit de enfermeros que aqueja al estado de Michigan y de tender una mano a los trabajadores del sector automotor que habían perdido su empleo. La iniciativa de reconversión laboral es una de las primeras que se han creado en Detroit para enfrentar la crisis, la más severa que ha vivido la ciudad en décadas.
Para acceder al programa, los aspirantes tienen que cumplir con una serie de requisitos, entre ellos, aprobar cursos propedéuticos en materias como anatomía, fisiología, química y microbiología, impartidos por instituciones educativas locales. Una vez alcanzado el promedio establecido, los estudiantes pueden iniciar las clases y prácticas clínicas de enfermería en el hospital. El programa está diseñado para tener una duración estimada de tres años, incluyendo los propedéuticos.
Ahora, Kevin Lepper es uno de los 51 estudiantes de la primera generación del programa de formación de enfermeros del Hospital Henry Ford, que inició clases en octubre pasado. “Como no tenía carrera técnica ni nada parecido, me llevó cuatro semestres de tiempo completo llegar hasta aquí”, dice Kevin orgulloso, vestido con el uniforme blanco del hospital y un estetoscopio colgando alrededor del cuello.
Kevin y los otros 50 estudiantes han encontrado en el programa una segunda oportunidad para rehacer su vida laboral y sortear la crisis económica. No ha sido fácil, pero han encontrado un nuevo significado a sus vidas, ayudando a los pacientes.
“Con la escuela, el día nunca termina pues siempre tienes tarea y además tienes que dar de comer a los niños, ir al supermercado, etcétera. Es más estresante, pero las recompensas son diez veces mayores”, dice Colleen Hardin, madre de tres hijos y otra de las alumnas del programa de enfermería.
“Tienes la satisfacción personal de hacer algo mucho más significativo que fijar la parte trasera de una camioneta con una pistola eléctrica y cuatro tornillos”, afirma Colleen, de 40 años. Hasta mediados de 2007, trabajó en la línea de ensamble de las camionetas Expedition y Navigator de Ford, en una de sus plantas del condado de Wayne.
Colleen se vio orillada a aceptar un esquema de separación voluntaria de su empleo, luego de 10 años y medio de pertenecer a la compañía y de que la planta en la que trabajaba redujera el número de turnos laborales de tres a uno para ajustar la producción a la demanda.
Por el momento, Kevin y Colleen no administran medicamentos, pero asisten a las enfermeras titulares tomando signos vitales a los pacientes, aseándolos y cambiando la ropa de cama. Hacer compañía a los enfermos, escucharlos y animarlos también es parte de su formación. Es el complemento humano y emotivo de la profesión.
Con la ayuda gubernamental, cada uno percibe cerca de 20,000 dólares anuales, una tercera parte de lo que ganaban antes. Pero al graduarse como enfermeros pueden recuperarse económicamente y ganar un salario inicial de entre 50,000 y 60,000 dólares anuales, dice Karen Davis, gerente de enfermeras e instructora del programa del Hospital Henry Ford.
La enfermería, además de ser una profesión con mucha demanda en EU, es muy versátil, explica Davis. Los enfermeros pueden desenvolverse en varios ámbitos, no sólo en un hospital. Pueden trabajar en una escuela, una fábrica o dando clases, pueden hacer un posgrado e incursionar en la administración.
De modo que el futuro es promisorio para los estudiantes del programa como Kevin y Colleen. “Yo contrataría a cualquiera de ellos, porque estos muchachos realmente quieren esto, ésta es una segunda oportunidad para ellos y son más maduros, realmente significa algo para ellos venir aquí y obtener una buena calificación”, concluye Davis.
Reinventando el negocio
La crisis de la industria automotriz ha pegado con tubo en todos los eslabones de la cadena, desde la parte de manufactura hasta la de distribución. No sólo los obreros de planta están viviendo la época de vacas flacas, sino también los empresarios, quienes buscan adaptarse a las adversas condiciones económicas.
Tarik Daoud lo sabe muy bien. A sus 73 años, es uno de los empresarios más célebres de Detroit. Hace 55 años llegó a la ciudad procedente de Irak, su país natal, sin familia o amigos que lo acompañaran. Hoy es reconocido por su trayectoria como empresario y por su labor filantrópica a favor de la educación, la salud y el acercamiento de lazos con la comunidad árabe.
Daoud estudió ingeniería, pero al no encontrar empleo incursionó en la venta de vehículos y con el paso del tiempo se forjó una vida de éxito como distribuidor de autos y camiones de Ford Motor Company. En 1971, al morir su suegro, heredó la agencia Al Long Ford y la convirtió en una de las mayores vendedoras de la marca en el área de Detroit. En sus mejores épocas llegó a vender 3,000 autos nuevos por año.
Pero ni siquiera él fue inmune a la crisis. El año pasado, cuando Ford tuvo que ajustar a la baja su producción y reducir su red de distribuidores, funcionarios de la compañía visitaron su agencia y le ofrecieron comprarle de vuelta la franquicia, lo que equivalía a un esquema de separación voluntaria. La alternativa era no llegar a un acuerdo y cerrar la agencia.
Daoud, cuya agencia tenía 48 años en el mercado y una plantilla de 90 empleados, estudió la situación. No quería perder el negocio familiar y tampoco echar a la calle a sus empleados, algunos de los cuales habían trabajado con él durante más de cuatro décadas.
El empresario analizó las cifras del mercado estadounidense –estrepitosamente a la baja–, reflexionó y llegó a una solución creativa. Aceptó la oferta de Ford y decidió dar un giro al negocio para preservar la agencia y el mayor número posible de empleados
Daoud dejó de vender automóviles nuevos de Ford y convirtió su agencia en la primera distribuidora de autos usados con servicios posventa. Además, abrió su portafolio a todas las marcas y segmentos, manteniendo los estándares de alta calidad en los productos y el servicio que caracterizan a la agencia. Ningún distribuidor de Detroit había hecho algo similar.
Fue así como Ford retiró en diciembre su logotipo azul de la fachada y la agencia cambió su nombre de Al Long Ford por el de Al Family. Ford le pagó una indemnización y Daoud pudo conservar a 65 empleados.
“No soy un lote de autos usados, soy un distribuidor de autos usados, brindamos servicio de mantenimiento, de carrocería y vendemos diferentes tipos de autos”, explica Daoud, un hombre bajito y bonachón que viste trajes de casimir hechos a mano bordados con su nombre.
“Estamos aquí para vender cualquier auto o camioneta que necesite la gente, puede ser un Ford de bajo precio o un Mercedes de lujo, pero nuestro compromiso es vender autos usados confiables, probados e inspeccionados”, añade Daoud, en su oficina ubicada en 8 Mile Road.
Al mal tiempo… soluciones
Ante la adversidad, hay una constante. Los habitantes de Detroit ponen su mejor cara y tratan de adaptarse a la nueva realidad, haciendo uso del ingenio. Como Cole Quinnell, quien fue uno de los directores de Comunicaciones Corporativas de Chrysler durante 12 años.
En diciembre pasado, cuando Chrysler anunció que recortaría 25% de su nómina, tuvo que aceptar una oferta de separación voluntaria.
En dos meses ha enviado más de 50 currículos por internet solicitando entrevistas para puestos para los que está ampliamente calificado. No ha recibido una sola respuesta.
Pero Cole, de 40 años, casado y con dos hijas, no se desanima. Mientras encuentra el empleo que busca, le ayuda a una amiga suya que tiene una firma de montaje de stands para exposiciones, a desarrollar servicios de relaciones públicas “a la medida” para sus clientes.
“En estos tiempos de crisis, las empresas no tienen dinero para contratar los servicios de una Burson Marsteller. Si necesitan un tercio de los servicios de una agencia de relaciones públicas, se los proporcionamos. Ahí podemos competir”, dice Quinell, sin dejar de recibir mensajes en su BlackBerry.
Es el espíritu de lucha de Detroit, el mismo que ha acompañado a sus habitantes en varias crisis a lo largo de su historia y que ahora los está llevando a reinventarse.
DETROIT — Hace dos años, la vida de Kevin Lepper giraba en torno a la planta de autopartes de NSK Corporation –una de las principales proveedoras de GM, Chrysler y Ford– ubicada en Ann Arbor, Michigan. Durante 13 años, Kevin trabajó en la producción de baleros que se utilizan en componentes como bombas para agua y transmisiones. Quizá no era divertido, pero ganaba bien, unos 60,000 dólares anuales, con los que cubría sus gastos y los de sus dos hijos, que viven con su ex esposa.
Pero un mal día, todo cambió. La gerencia de NSK llamó a todos los trabajadores, los sentó enfrente de la cafetería y les anunció que cerrarían la planta y mudarían la operación a otra ubicación, una medida para reducir costos y librarse de los empleados sindicalizados, en medio de la fuerte crisis que atraviesa la industria automotriz en todo el mundo.
Fue como un balde de agua fría. “Justo antes de saber que perdería el trabajo, había comprado una casa más grande y un auto nuevo”, recuerda Kevin, un hombre rubio, robusto y de ojos pequeños, que ronda los 40 años.
NSK le dio una pequeña liquidación y el gobierno federal le otorgó un paquete de beneficios de desempleo. Al igual que otros trabajadores despedidos, Kevin recibió una pequeña mensualidad –un tercio de lo que ganaba en NSK– y el pago de cursos de capacitación para aprender otro oficio, por un periodo de dos años.
Kevin, quien no había tenido antes la oportunidad de estudiar, pensó en cursar una carrera técnica, como radiología. Fue así como la trabajadora social del gobierno local que llevaba su caso le planteó una opción interesante.
El Hospital Henry Ford y la Universidad del Condado de Oakland estaban por lanzar un programa de formación de enfermeros, dirigido a los trabajadores que habían sido desplazados por la industria automotriz. El hospital fue fundado por Henry Ford en 1915 pero ahora es la piedra angular de un exitoso sistema de centros hospitalarios y de investigación médica sin fines de lucro, que no tiene nada que ver con la firma de automóviles.
Reconversión laboral
El programa surgió de la inquietud del hospital y de la Universidad de Oakland de poder ayudar a contrarrestar el déficit de enfermeros que aqueja al estado de Michigan y de tender una mano a los trabajadores del sector automotor que habían perdido su empleo. La iniciativa de reconversión laboral es una de las primeras que se han creado en Detroit para enfrentar la crisis, la más severa que ha vivido la ciudad en décadas.
Para acceder al programa, los aspirantes tienen que cumplir con una serie de requisitos, entre ellos, aprobar cursos propedéuticos en materias como anatomía, fisiología, química y microbiología, impartidos por instituciones educativas locales. Una vez alcanzado el promedio establecido, los estudiantes pueden iniciar las clases y prácticas clínicas de enfermería en el hospital. El programa está diseñado para tener una duración estimada de tres años, incluyendo los propedéuticos.
Ahora, Kevin Lepper es uno de los 51 estudiantes de la primera generación del programa de formación de enfermeros del Hospital Henry Ford, que inició clases en octubre pasado. “Como no tenía carrera técnica ni nada parecido, me llevó cuatro semestres de tiempo completo llegar hasta aquí”, dice Kevin orgulloso, vestido con el uniforme blanco del hospital y un estetoscopio colgando alrededor del cuello.
Kevin y los otros 50 estudiantes han encontrado en el programa una segunda oportunidad para rehacer su vida laboral y sortear la crisis económica. No ha sido fácil, pero han encontrado un nuevo significado a sus vidas, ayudando a los pacientes.
“Con la escuela, el día nunca termina pues siempre tienes tarea y además tienes que dar de comer a los niños, ir al supermercado, etcétera. Es más estresante, pero las recompensas son diez veces mayores”, dice Colleen Hardin, madre de tres hijos y otra de las alumnas del programa de enfermería.
“Tienes la satisfacción personal de hacer algo mucho más significativo que fijar la parte trasera de una camioneta con una pistola eléctrica y cuatro tornillos”, afirma Colleen, de 40 años. Hasta mediados de 2007, trabajó en la línea de ensamble de las camionetas Expedition y Navigator de Ford, en una de sus plantas del condado de Wayne.
Colleen se vio orillada a aceptar un esquema de separación voluntaria de su empleo, luego de 10 años y medio de pertenecer a la compañía y de que la planta en la que trabajaba redujera el número de turnos laborales de tres a uno para ajustar la producción a la demanda.
Por el momento, Kevin y Colleen no administran medicamentos, pero asisten a las enfermeras titulares tomando signos vitales a los pacientes, aseándolos y cambiando la ropa de cama. Hacer compañía a los enfermos, escucharlos y animarlos también es parte de su formación. Es el complemento humano y emotivo de la profesión.
Con la ayuda gubernamental, cada uno percibe cerca de 20,000 dólares anuales, una tercera parte de lo que ganaban antes. Pero al graduarse como enfermeros pueden recuperarse económicamente y ganar un salario inicial de entre 50,000 y 60,000 dólares anuales, dice Karen Davis, gerente de enfermeras e instructora del programa del Hospital Henry Ford.
La enfermería, además de ser una profesión con mucha demanda en EU, es muy versátil, explica Davis. Los enfermeros pueden desenvolverse en varios ámbitos, no sólo en un hospital. Pueden trabajar en una escuela, una fábrica o dando clases, pueden hacer un posgrado e incursionar en la administración.
De modo que el futuro es promisorio para los estudiantes del programa como Kevin y Colleen. “Yo contrataría a cualquiera de ellos, porque estos muchachos realmente quieren esto, ésta es una segunda oportunidad para ellos y son más maduros, realmente significa algo para ellos venir aquí y obtener una buena calificación”, concluye Davis.
Reinventando el negocio
La crisis de la industria automotriz ha pegado con tubo en todos los eslabones de la cadena, desde la parte de manufactura hasta la de distribución. No sólo los obreros de planta están viviendo la época de vacas flacas, sino también los empresarios, quienes buscan adaptarse a las adversas condiciones económicas.
Tarik Daoud lo sabe muy bien. A sus 73 años, es uno de los empresarios más célebres de Detroit. Hace 55 años llegó a la ciudad procedente de Irak, su país natal, sin familia o amigos que lo acompañaran. Hoy es reconocido por su trayectoria como empresario y por su labor filantrópica a favor de la educación, la salud y el acercamiento de lazos con la comunidad árabe.
Daoud estudió ingeniería, pero al no encontrar empleo incursionó en la venta de vehículos y con el paso del tiempo se forjó una vida de éxito como distribuidor de autos y camiones de Ford Motor Company. En 1971, al morir su suegro, heredó la agencia Al Long Ford y la convirtió en una de las mayores vendedoras de la marca en el área de Detroit. En sus mejores épocas llegó a vender 3,000 autos nuevos por año.
Pero ni siquiera él fue inmune a la crisis. El año pasado, cuando Ford tuvo que ajustar a la baja su producción y reducir su red de distribuidores, funcionarios de la compañía visitaron su agencia y le ofrecieron comprarle de vuelta la franquicia, lo que equivalía a un esquema de separación voluntaria. La alternativa era no llegar a un acuerdo y cerrar la agencia.
Daoud, cuya agencia tenía 48 años en el mercado y una plantilla de 90 empleados, estudió la situación. No quería perder el negocio familiar y tampoco echar a la calle a sus empleados, algunos de los cuales habían trabajado con él durante más de cuatro décadas.
El empresario analizó las cifras del mercado estadounidense –estrepitosamente a la baja–, reflexionó y llegó a una solución creativa. Aceptó la oferta de Ford y decidió dar un giro al negocio para preservar la agencia y el mayor número posible de empleados
Daoud dejó de vender automóviles nuevos de Ford y convirtió su agencia en la primera distribuidora de autos usados con servicios posventa. Además, abrió su portafolio a todas las marcas y segmentos, manteniendo los estándares de alta calidad en los productos y el servicio que caracterizan a la agencia. Ningún distribuidor de Detroit había hecho algo similar.
Fue así como Ford retiró en diciembre su logotipo azul de la fachada y la agencia cambió su nombre de Al Long Ford por el de Al Family. Ford le pagó una indemnización y Daoud pudo conservar a 65 empleados.
“No soy un lote de autos usados, soy un distribuidor de autos usados, brindamos servicio de mantenimiento, de carrocería y vendemos diferentes tipos de autos”, explica Daoud, un hombre bajito y bonachón que viste trajes de casimir hechos a mano bordados con su nombre.
“Estamos aquí para vender cualquier auto o camioneta que necesite la gente, puede ser un Ford de bajo precio o un Mercedes de lujo, pero nuestro compromiso es vender autos usados confiables, probados e inspeccionados”, añade Daoud, en su oficina ubicada en 8 Mile Road.
Al mal tiempo… soluciones
Ante la adversidad, hay una constante. Los habitantes de Detroit ponen su mejor cara y tratan de adaptarse a la nueva realidad, haciendo uso del ingenio. Como Cole Quinnell, quien fue uno de los directores de Comunicaciones Corporativas de Chrysler durante 12 años.
En diciembre pasado, cuando Chrysler anunció que recortaría 25% de su nómina, tuvo que aceptar una oferta de separación voluntaria.
En dos meses ha enviado más de 50 currículos por internet solicitando entrevistas para puestos para los que está ampliamente calificado. No ha recibido una sola respuesta.
Pero Cole, de 40 años, casado y con dos hijas, no se desanima. Mientras encuentra el empleo que busca, le ayuda a una amiga suya que tiene una firma de montaje de stands para exposiciones, a desarrollar servicios de relaciones públicas “a la medida” para sus clientes.
“En estos tiempos de crisis, las empresas no tienen dinero para contratar los servicios de una Burson Marsteller. Si necesitan un tercio de los servicios de una agencia de relaciones públicas, se los proporcionamos. Ahí podemos competir”, dice Quinell, sin dejar de recibir mensajes en su BlackBerry.
Es el espíritu de lucha de Detroit, el mismo que ha acompañado a sus habitantes en varias crisis a lo largo de su historia y que ahora los está llevando a reinventarse.
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