Iconos de la moda de ocho años o guías de las capitales de las compras para niñas de cuatro. Lo fashion, aplicado al marketing infantil, entra en el terreno de lo surreal. Y en el de lo perverso
Durante la última edición de la Semana de la Moda de Los Ángeles, el matrimonio formado por Matthew Weiner y Linda Brettler (él, productor ejecutivo de la serie Mad men; ella, arquitecta) acudió a una fiesta acompañado por el mediano de sus tres hijos, Arlo, de ocho años. El baño de masas fue para este último, porque mientras su padre vestía el esmoquin de rigor, él llevaba una chaqueta de tweed y un gran lazo de raso blanco anudado al cuello, a la vez que intentaba sostener un monóculo en el ojo derecho. Dos semanas después, la revista GQ publicaba: "Arlo Weiner, el niño de ocho años más estiloso de América", un reportaje en el que el chico hablaba sobre sus elecciones de vestuario (supuestamente, no tuteladas por sus padres) con una locuacidad más propia de una curtida editora de moda que de un mocoso que no levanta metro y medio del suelo. "Busco la inspiración en películas como El retrato de Dorian Gray o La liga de los hombres extraordinarios", aseguraba este minilord Brummel.
Andrew Roberts, de Style.com, explica así este caso de iniciación a la moda extremadamente precoz: "Que Britney Spears les compre a sus hijos trajes de chaqueta de 1.500 dólares o que Katie Holmes le encargue a Christian Louboutin zapatos para su hija Suri ya no es noticia, sino rutina informativa. Estamos en Hollywood y ellos son los it babies: réplicas en miniatura de sus progenitores. El caso de Arlo es diferente. A este niño no le visten, se viste él solo. Es un creador de tendencias con autonomía. Al parecer, pidió un sombrero de copa para su tercer cumpleaños".
Con un desparpajo comparable al de Weiner se expresa este mes en la sección Tus cartas una lectora de la revista Escuela de princesas: "Tengo tres años, pero ya soy muy presumida. Vuestra revista me inspira a ser todavía más chic". Pilar Abad, directora de la publicación —en la que las cuatro protagonistas, más cercanas a Sexo en Nueva York que a Disney, visitan las capitales de la moda mientras enseñan trucos de manualidades—, cuenta que mucho antes de que les empiecen a salir las plumas del pavo —entre los cuatro y los ocho años— lo que las niñas quieren ser es princesas. "Algo que no ha cambiado a pesar de los años y las nuevas tendencias. Lo que sí ha cambiado es el tipo: ahora quieren ser princesas modernas. ¿Perverso? No. Existe una corriente —en campañas y productos infantiles— para arrastrar a las niñas a esta pasión por el lujo. Nuestra revista defiende todo lo contrario: conseguir hacer realidad un sueño al alcance de cualquier niña. Además, aquí todas somos madres".
Desde la agencia de comunicación Marketing Kids hablan así sobre este asalto de la moda al sector infantil: "Cuando en 2002 las [muñecas] Bratz irrumpieron en el mercado con sus ombligos al aire introdujeron el concepto de generación diva en la juguetería. Desde entonces, no han dejado de comerle terreno a Barbie hasta convertirse en la muñeca-maniquí más vendida. Otros ejemplos son los juegos Estudio de mechas, de Bizac, o videojuegos como Mi academia de moda, de Nintendo. De este último se venden una media de 2.500 ejemplares por año, el doble que Gran Turismo 5, el juego de carreras de referencia. En Estados Unidos, el siguiente paso viene cuando las niñas desvían la atención de estos productos para centrarla en sí mismas: la última moda son los salones de belleza que ofrecen manicuras y pedicuras para niñas de cinco años".
Nunca es demasiado pronto. Hayley Gonnason, de Ten Speed Press, editorial estadounidense que publica títulos infantiles como El cerdito que fue a Prada o Mis primeras palabras de moda, aclara: "Nuestros libros los compran los padres. Padres urbanos, concretamente".
Irónicamente, el pasado agosto, un periódico informaba de la retirada de un cartel de la sección infantil de una tienda H&M debido a un error tipográfico: en vez de pantalones de puntilla se leía: "Pantalones de putilla, por 24,90 euros".
Durante la última edición de la Semana de la Moda de Los Ángeles, el matrimonio formado por Matthew Weiner y Linda Brettler (él, productor ejecutivo de la serie Mad men; ella, arquitecta) acudió a una fiesta acompañado por el mediano de sus tres hijos, Arlo, de ocho años. El baño de masas fue para este último, porque mientras su padre vestía el esmoquin de rigor, él llevaba una chaqueta de tweed y un gran lazo de raso blanco anudado al cuello, a la vez que intentaba sostener un monóculo en el ojo derecho. Dos semanas después, la revista GQ publicaba: "Arlo Weiner, el niño de ocho años más estiloso de América", un reportaje en el que el chico hablaba sobre sus elecciones de vestuario (supuestamente, no tuteladas por sus padres) con una locuacidad más propia de una curtida editora de moda que de un mocoso que no levanta metro y medio del suelo. "Busco la inspiración en películas como El retrato de Dorian Gray o La liga de los hombres extraordinarios", aseguraba este minilord Brummel.
Andrew Roberts, de Style.com, explica así este caso de iniciación a la moda extremadamente precoz: "Que Britney Spears les compre a sus hijos trajes de chaqueta de 1.500 dólares o que Katie Holmes le encargue a Christian Louboutin zapatos para su hija Suri ya no es noticia, sino rutina informativa. Estamos en Hollywood y ellos son los it babies: réplicas en miniatura de sus progenitores. El caso de Arlo es diferente. A este niño no le visten, se viste él solo. Es un creador de tendencias con autonomía. Al parecer, pidió un sombrero de copa para su tercer cumpleaños".
Con un desparpajo comparable al de Weiner se expresa este mes en la sección Tus cartas una lectora de la revista Escuela de princesas: "Tengo tres años, pero ya soy muy presumida. Vuestra revista me inspira a ser todavía más chic". Pilar Abad, directora de la publicación —en la que las cuatro protagonistas, más cercanas a Sexo en Nueva York que a Disney, visitan las capitales de la moda mientras enseñan trucos de manualidades—, cuenta que mucho antes de que les empiecen a salir las plumas del pavo —entre los cuatro y los ocho años— lo que las niñas quieren ser es princesas. "Algo que no ha cambiado a pesar de los años y las nuevas tendencias. Lo que sí ha cambiado es el tipo: ahora quieren ser princesas modernas. ¿Perverso? No. Existe una corriente —en campañas y productos infantiles— para arrastrar a las niñas a esta pasión por el lujo. Nuestra revista defiende todo lo contrario: conseguir hacer realidad un sueño al alcance de cualquier niña. Además, aquí todas somos madres".
Desde la agencia de comunicación Marketing Kids hablan así sobre este asalto de la moda al sector infantil: "Cuando en 2002 las [muñecas] Bratz irrumpieron en el mercado con sus ombligos al aire introdujeron el concepto de generación diva en la juguetería. Desde entonces, no han dejado de comerle terreno a Barbie hasta convertirse en la muñeca-maniquí más vendida. Otros ejemplos son los juegos Estudio de mechas, de Bizac, o videojuegos como Mi academia de moda, de Nintendo. De este último se venden una media de 2.500 ejemplares por año, el doble que Gran Turismo 5, el juego de carreras de referencia. En Estados Unidos, el siguiente paso viene cuando las niñas desvían la atención de estos productos para centrarla en sí mismas: la última moda son los salones de belleza que ofrecen manicuras y pedicuras para niñas de cinco años".
Nunca es demasiado pronto. Hayley Gonnason, de Ten Speed Press, editorial estadounidense que publica títulos infantiles como El cerdito que fue a Prada o Mis primeras palabras de moda, aclara: "Nuestros libros los compran los padres. Padres urbanos, concretamente".
Irónicamente, el pasado agosto, un periódico informaba de la retirada de un cartel de la sección infantil de una tienda H&M debido a un error tipográfico: en vez de pantalones de puntilla se leía: "Pantalones de putilla, por 24,90 euros".
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