martes

TALLER LITERARIO

Ella me hace un pedido y yo le contesto implacable:
- Suelo abusar de la enumeración, de la repetición de palabras, de los párrafos breves y demasiado concisos. Los personajes o protagonistas de mis relatos viven supeditados al argumento y el texto se convierte irremediablemente en un fin que justifica cualquier medio. Por lo general recaigo en una idea de humor o visión de mundo (supuestamente absurda e inclasificable) que no hace más que exponer de manera visible el terror o la suma de miedos que desconciertan mi vida. Desasosiego camuflado por metáforas pobres, débiles, para nada sofisticadas, rebuscadas o pensadas. Nunca sé cómo se conjugan ciertos verbos y a menudo cometo flagrantes errores de puntuación. La idea de la frase final que le da sentido al inicio y al transcurso del relato se hace carne en mí y transmuta en método previsible, poco creativo, deleznable y exponencialmente aburrido. Aburrimiento elevado a la enésima potencia, podría decir…
- Okey, ya es suficiente- me interrumpe -. Creo que mi pedido está contestado. Es tu día de suerte, ¿sabés? Hoy tengo muchísimas ganas de enseñarte a escribir.
Y tomándome de la mano me arrastra hacia su cama.
Ah, lo olvidaba. Su pedido fue: Dime cómo escribes y te diré cómo haces el amor.



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